“Lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”. Así le confesaba San Martín a uno de sus mejores amigos (Tomás Guido) ante la perspectiva del cruce de los Andes.
Dirá Felipe Pigna en su obra, “No era para menos. Si aún hoy, con caminos trazados, es una aventura esa travesía, las dificultades de trasponer la cordillera por senderos peligrosos, teniendo la responsabilidad de miles de hombres mal vestidos, mal montados y mal alimentados, significaba una hazaña, sin comillas ni metáforas. Sobre todo, que no iban de paseo sino a liberar un país para avanzar luego hacia el principal bastión enemigo en esta parte del continente”.
La logística a través de lugares de 3.000 metros de altura promedio, era una auténtica odisea. Agrega Pigna, “la sabiduría popular cuyana hizo su aporte con el “charquicán”, un alimento hecho a base de carne secada al sol, tostada y molida, y condimentada con grasa y ají picante. Agregándoles agua caliente y un poco de harina de maíz proveía de suficiente aporte calórico y proteico como para resistir las fatigas de las largas marchas por senderos de montaña y frío infernal de las noches, que con sus vientos helados hacían bajar la temperatura a 10 grados bajo cero, después de más de 30 grados durante el día”.
La escases de agua, terrible en al montaña durante el verano, “obligó a improvisar. Escaseaban las cantimploras, por lo que se fabricaron “chifles” con cuernos de vacuno”.
DISCIPLINA, ORDEN, CONCIENCIA.
Unos meses antes de poner en movimiento la totalidad de la tropa hacia la Cordillera, San Martín dio a conocer El Código de Honor del Ejército de los Andes, un documento vigente para la posteridad.
“ La Patria, expresaba el texto, no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos que con cutos(mutilados) sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. Las penas aquí establecidas y las que se dictasen según la ley serán aplicadas irremediablemente: sea honrado el que no quiera sufrirlas: la patria no es abrigadora de crímenes”.
Un enérgico decálogo de época. Como sentía actuaba, “si no puedo reunir las mulas que necesito me voy a pie”…”si esta la perdemos todo se lo lleva el diablo. El tiempo me falta para todo, el dinero también, la salud mala, pero así vamos tirando hasta la tremenda” (carta a Guido, 15 de diciembre de 1816, a menos de un mes para la partida).
ALLA VAMOS!
Todo estaba listo para la marcha. Voluntad, coraje, convicción. 4000 hombres y 1200 milicianos de tropa de auxilio para el transporte de víveres y municiones. Dos gruesas columnas conformaban la parte troncal de ejército. Una, atravesaría la cordillera por el paso de Los Patos. Su vanguardia era conducida por el general Miguel Estanislao Soler y la reserva a cargo de Bernardo d O’Higgins. La otra columna estaba bajo el mando de Gregorio de Las Heras, debía marchar por el camino de Uspallata, conduciendo todo el
parque y artillería, cuyo traslado era imposible realizarlo por el dificultoso sendero de Los Patos.
Otras dos divisiones menores, a manera de alas, una por el norte y la otra desplazándose por el sur, de las dos ramas principales, completaban el plan del cruce de Los Andes. La división complementaria del norte estaba bajo las órdenes de comandante Juan Manuel Cabot, y su cometido consistía en partir desde San Juan y apoderarse de Coquimbo. Simultáneamente un destacamento desde La Rioja, por el paso de la Vinchina, dirigido por el comandante Francisco Celada, secundado por el capitán Nicolás Dávila, debía controlar Copiapó y el Huasco, ya en territorio chileno.
A su vez, la otra pequeña división al sur, comandada por el capitán chileno Ramón Freyre, debía penetrar por la zona del Planchón y ocuparía la ciudad de Talca, Todas las divisiones y columnas llevaban el cometido de ingresar a tierra chilena casi al mismo tiempo, entre el 6 y el 8 de febrero de 1817. El plan de ingresar por varios sitios, alcanzando un frente cercano a los 700 kilómetros, de sur a norte, buscaba mantener dividas y dispersas las fuerzas realistas, desorientando los movimientos de su jefes y del gobernador Marcó del Pont. José de San Martín marchaba con la columna que avanzaba por Los Patos, junto a Soler y O’Higgins.
La magnitud del desplazamiento incluía además 10.000 mulas , 1.600 caballos, y 600 vacas que arreaban. Nos agrega Pigna que, “llevaban poca munición para lo que tenían por delante: apenas 900 tiros de fusil y carabina, 2.000 balas de cañón, 2.000 de metralla y 600 granadas. El cruce se cobró muchas vidas, además de los males de altura (fuertes dolores de cabeza, vómitos, fatiga e irritación pulmonar, por la escasez de oxígeno) que afectaron a casi todos los hombres, incluido su general en Jefe. En varios momentos, San Martín debió ser llevado en camilla. Desde hacía tiempo que su salud era precaria. Una herida sufrida en España, en 1801, la había dejado secuelas pulmonares, a lo que se agregaban úlcera estomacal y reuma. “
Dirá el Gran Jefe, en una de sus cartas, en el ´´ultimo rincón dela tierra en que me halle estaré pronto a luchar por la libertad” .
Hasta aquí llegamos con esta Cuarta Nota. La idea no fue mostrar un San Martín distinto, oculto, prodigioso, sino sólo al que llegaron los historiadores, el que nos transcribió la cronología histórica y la percepción de las distintas épocas. Eso sí, un San Martín dispuesto a la lectura e interpretación de cada uno, con todo el acopio histórico y los contextos que hemos podido capitalizar. Con lo maravilloso de encontrarnos con un intrépido, el hombre cuya estrategia nos logró la Libertad de Sudamérica. Seguramente,