En el año 1258 d.C. las fuerzas mongoles de Hulagu Kan sitiaron la ciudad de Bagdad. La victoria fue completa, durante una semana entera la ciudad quedó arrasada y sus habitantes sufrieron las más terribles torturas y ofensas. Pero no era suficiente con aniquilar al enemigo, era necesario borrarlo de la historia. La gran biblioteca de Bagdad, llamada “La Casa de la Sabiduría”, que albergaba el conocimiento y el saber de una parte fundamental del desarrollo de las civilizaciones, fue reducida a cenizas. Como ha sucedido a través de la historia, los vencedores procuraron no dejar rastro de los vencidos.
A pesar de tener un aspecto inofensivo, el libro puede ser un arma muy poderosa. Ser el autor, el editor, el impresor, el vendedor o el lector del libro “equivocado” puede costar la persecución, el destierro o incluso la propia vida. No hace falta irse muy atrás en el tiempo, basta recordar la larga lista de libros prohibidos en la última dictadura militar argentina. Y no solo se trataba de textos que fueran explícitamente subversivos: los cuentos y poemas infantiles también eran condenados a las sombras. Hoy en día se editan colecciones enteras de libros para niños con títulos censurados durante la década del ´70.
No es una frase hecha eso de que los libros contienen el mundo e incluso otros mundos, infinitos universos posibles. En su novela de 1962 “El hombre en el castillo” Philip K. Dick relata un mundo post Segunda Guerra Mundial muy distinto al que fue: Nazis y Japoneses, victoriosos, ocupan la mayor parte del territorio norteamericano y dominan casi todo el mundo. Algunos de los protagonistas buscan al hombre en el castillo, el autor de la novela –ficticia- “La langosta se ha posado”, que cuenta la historia (casi) como realmente fue. El libro que circula clandestinamente en la Alemania nazi triunfante, despierta la ira de J. Goebbels y la fascinación de sus lectores, que buscan una alternativa a la realidad y sospechan que ese libro contiene una verdad secreta. Ricardo Piglia se preguntaba qué pasaría si en 200 años alguien encuentra ese libro, y siendo ignorante de los sucesos históricos del pasado, tomara las versiones de “El hombre en el castillo” como ciertas. Dejamos las conclusiones a vuestra propia imaginación. Sin dudas, las posibilidades que puede ofrecer un libro son infinitas y no se agotan en sus páginas.
Jorge Luis Borges, que soñaba con el “libro total”, aquel que contuviera todo el saber universal, contaba que quedó impresionado con la biblioteca pública de la pequeña ciudad texana de Lussok en Estados Unidos: “Nuestra Biblioteca Nacional tiene 900 mil ejemplares. La biblioteca de Lussok, una pequeña ciudad de Texas al borde del desierto, tiene dos millones (…) Me dijeron que había una sección argentina y que pidiera algunos libros. Entonces yo pedí algunos títulos fáciles. Y me dijeron: “No, pida algo más difícil”. Bueno, dije, voy a hacer la prueba. A ver, El imperio Jesuítico de Lugones, del que no tenemos ejemplar en la Biblioteca Nacional. Entonces viene la bibliotecaria y dice: “¿La primera o la segunda edición?” Tenían las dos. Quiere decir que una persona, sin salir de ese pueblo (que es, digamos, como Los Toldos en la Provincia de La Pampa) puede estudiar cualquier cosa, tiene todas las posibilidades…”.
Un libro puede encerrar no solo el fruto de un pensamiento, sino un compendio entero de emociones. Un libro puede hacernos llorar, descubrir algo que jamás hubiéramos sospechado, puede cambiarnos la vida o, si no tanto, hacerla un poco más llevadera. Y creemos que para cada persona hay un libro, solo hace falta encontrarlo.