“Es muy difícil”, repite una y otra vez. No hace falta tenerlo cara a cara para comprender que los nervios de esos ojos se electrizaron y cobraron un color rojizo que seguramente les esconda a sus compañeros en la concentración. Los 6.985 kilómetros que separan a Ousmane N’Dong de su ciudad se convirtieron en un abismo inalcanzable cuando llegó ese llamado desde Dakar. Fue un baldazo de agua fría que se convirtió en helada cuando las restricciones por la pandemia, semanas más tarde, enrarecieron el escenario. Su madre murió y no pudo hacer más que despedirla desde la irremediable distancia que hay entre Argentina y su Senegal natal. Debió tragar ese dolor. Sabía que los imponderables podían aparecer en su travesía cuando se embarcó hace casi tres años en el sueño de convertirse en profesional dentro del exótico fútbol argentino. Tal vez no esperaba que cada kilómetro se convierta en una daga. “No pude viajar a ver a mi mamá. Es muy difícil porque hay muchas cosas que te pueden llegar a pasar. La gente ni se entera de lo que estás viviendo cuando estás lejos de tu familia. Es muy difícil mantener todo eso, tantas cosas pueden pasar. A vos de un día para el otro te pueden llamar por una buena noticia o una mala. Es muy difícil, pero no lo saben si no lo vivieron”, asegura.
Aquella noticia fue, tal vez, la que también le dio el impulso de seguir adelante. El empujón definitivo. N’Dong finalmente cumplió con aquel desafío que se propuso cuando su representante apareció por el Angelo Africa –el centro de formación donde jugaba– con la propuesta para irse a un desconocido país y a las dos semanas ya estaba probándose en Lanús. El pasado 14 de noviembre recibió el premio al esfuerzo: Luis Zubeldía lo mandó a la cancha como marcador central titular en el anecdótico 2-4 ante Newell’s por el torneo local. Horas antes, llamó a su viejo: “Se puso a llorar cuando le dije que iba a jugar. Estaban todos muy contentos. ¡Son hinchas de Lanús! No me pudieron ver en vivo. Hablamos como podemos, dos o tres veces por día porque no hay tanta diferencia horario. Él siempre me dice que me tranquilice porque yo siempre quiero jugar. Me dijo ‘algún día vas a jugar’, hasta que lo llamé y le dije que iba a jugar mañana. No lo podía creer. Me dijo que confía en mí”.
N’Dong tiene apenas 21 años y hasta comienzos del 2018 era simplemente un muchacho sengalés que esquivaba los complejidades de su país para ser feliz con una pelota en sus pies. Argentina era simplemente un sinónimo de Messi y no mucho más para él. “Allá la vida es normal, como acá. Es difícil porque tenés que salir peleándola sino no vas a estar bien. Allá es medio complicado el tema de la economía. Hay que pelearla y trabajar para mantener a una familia. Hay que meterle para salvarse, sino todo mal. Mi viejo era Policía, pero se jubiló hace un par de años. Mi vieja trabajaba en el hospital, era médica. Hoy soy el único que trabaja y siempre trato de ayudarlos en lo que puedo, dependen de mí”, explica.
Ousmane creció en Dakar, la capital del país. Los trabajos de su madre y su padre alcanzaban para vivir “humildemente con lo que teníamos porque no nos sobraban las cosas”. “Ser policía es difícil porque corrés riesgos y no tenés mucha plata”, explica sobre el rol de su papá. “En mi barrio había momentos que era muy peligroso porque había mucho traficante de drogas, a unas cuadras. La Policía pasaba todos los días, todo los días escuchando tiros. Siempre estás viviendo pendiente y con miedo. Pero no es que Senegal es peligroso, hubo momentos así cuando era más chico”, aclara en un porteño bien claro.
El gigante africano de casi dos metros (1,92 para mayor precisión) llegó hace ya tres años en absoluta soledad impulsado por un representante con la idea de ser mediocampista central. Ese nuevo mundo extraño que pisó apenas descendió del avión en Ezeiza le dejó en claro que iba a tener que forjar su destino: “Me fue a buscar la gente que trabajaba con mi representante y fue un golpe. No entendía nada de lo que hablaban. No es que hay algo que me sorprendió así de golpe, pero fue otro país. No son como allá: son todos blancos, hablan otro idioma, es raro y yo estaba ahí parado”, rememora sobre ese impacto inicial tras viajar más de 15 horas con una escala previa en España.
“Los primeros días fueron complicados. No entendía nada. Ni lo que decían ni lo que hacían. Buscaba por Internet y mostraba la comida que quería. “Esto es bife”, y ahí me daban. Buscaba por Google”. La tecnología acortó distancias, pero también sus compañeros, que lo ayudaron a convertirse en un auténtico porteño fanático del asado, las milanesas y con todas las muletillas clásicas del lunfardo. Este marcador central senegalés que “no conocía nada de Argentina” pero era fanático de Messi hoy repite en su discurso con cotidianidad los términos que primero se acunaron en las calles de Buenos Aires y luego saltaron a los textos.
El censo del 2010 informó oficialmente que poco más de 1000 personas que vivían en el país habían nacido en el continente africano. Sin embargo, esa tendencia se profundizó, especialmente con la presencia de ciudadanos senegaleses. Según informó la Asociación de residentes senegaleses en Argentina a Infobae estiman que hay alrededor de cinco mil compatriotas viviendo actualmente en el país de manera definitiva o temporaria. Ousmane es un privilegiado en ese universo de hombres y mujeres que cruzan todo el océano en busca de un horizonte mejor, algo que muchas veces no sucede. Él carga con el mote de ser el primer futbolista nacido en esa nación en jugar en el torneo argentino: “Me cruzo con bastante gente de Senegal en la calle que me conocen por el fútbol. Cuando me cruzo, intentan saludarme, me paro y hablo buena onda con todos. Me felicitan, me piden que haga un esfuerzo para que el nombre de Senegal suene alto. Me pone muy feliz, pero al momento un poco triste por ver que algunos de mis paisanos acá están sufriendo o pasándola mal. Siempre trato de reconocer a esa gente que la está pasando mal y la ayudo con lo que puedo. No me sobra la plata, no tengo para alquilarles una casa, pero si llego a tenerlo lo haría”.
Hay una responsabilidad invisible sobre su espalda. Tiene en claro esa mochila y responde sobre estos temas con seriedad. Mide sus palabras de ese vocabulario completamente adaptado al argentinismo. El fútbol es un deporte, pero también una caja de resonancia que sirve para que los protagonistas hablen por aquellos que están invisibilizados: “En el tema de la discriminación a mí no me tocó vivir algo que pueda contar, por ahora no. Pero lo estoy esperando. Algún día va a pasar, hay racismo en todos lados, en todo el mundo. Cada día que vas caminando por la calle te miran. Nos toca una situación que es mundial. Es difícil que eso deje de pasar. Cada día hay más racistas. Se está tratando de poner en marcha un cambio, pero cada día es peor. ¿Cómo va a terminar? Si cada día nos van a tratar mal. En la calle te miran… Algunas caras. Pasan muchas cosas que no se pueden contar. Ellos me miran distinto pero yo estoy súper tranquilo. Ni me preocupo si me miran mal o me dicen negro. Estoy feliz con mi vida, viviendo un sueño. No le doy mucha bola a esas cosas. Si alguno me dice algo de frente, bueno, vamos a arreglarlo…”. Como si esto no fuese suficiente, también debió vivir con otra pandemia que afecta profundamente a este costado del mundo: “Sí, me chorearon. Me dijeron bienvenido a Argentina. Estaba operado, volví a casa, me apuntaron con una pistola y se llevaron las cosas. Yo vivo en Villa Urquiza. No me asusté, pero me sorprendí. No me lo esperaba”.
La voz de Ousmane resuena como un nostálgico tango. No son los porteñismos de sus términos. Hay algo en su relato de añorar. Un hilo que constantemente está conectado del otro lado del Atlántico con sus afectos, sus recuerdos, sus aromas. Aunque las palabras retumben bien argentas, en el fondo se escucha claramente al pibito senegalés. “Extraño a mis amigos, a mi gente, a la juntada. Siempre estoy con mis amigos y mi familia. Quiero ir a estar con ellos. Ya hace un año…”, dice y hace una pausa. No es tiempo de pensar en lo perdido, el amor por el fútbol es el combustible que lo moviliza. Y a él qué le van a hablar de amor…
Infobae