Más allá de aciertos o errores de quienes aplican la herramienta, lo que más molesta es el tiempo que se toman los árbitros. Los jueces piden paciencia. Gallardo y Kloop, con el mismo planteo.
Gritar un gol este año se ha convertido en una práctica equilibrista. Tanto afuera como adentro de una cancha. Ya no hay un desahogo genuino, una corrida desaforada ni un abrazo descontrolado entre compañeros. Más bien todo lo contrario: los jugadores hacen un gol y relojean para todos lados, como buscando una homologación que a veces llega y a veces no; los hinchas gritan de una manera moderada, como si la O del “gooool” tuviera un freno de mano puesto.
Se podrá discutir si rompió o mejoró el juego –o las injusticias propias del juego–, pero lo que es seguro –y admiten los propios árbitros– es que el VAR está rompiendo cierta esencia: el sentido temporal del fútbol. Lo de esta semana lo evidenció: en Europa y en Sudamérica, en los dos torneos continentales más importantes, el videoarbitraje generó más rechazos que adhesiones. Y hasta un llamado a replantear su continuidad.
Porque River fue beneficiado y también perjudicado desde que el VAR se instaló en la Copa Libertadores (un relevamiento de La Nación determinó que de las 36 acciones de VAR que involucraron al equipo de Nuñez, 19 estuvieron bien sancionadas, 8 fueron perjudiciales, 5 beneficiosas y 4 dudosas). Pero el problema es todo lo que rodea a esas decisiones: diálogos que no se hacen públicos, repeticiones antojadizas y un tiempo de espera exasperante, que quizás tuvo su pico en el partido entre Bahía y Defensa, por la Sudamericana: hubo una demora de 20 minutos por las revisiones.
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