Escuchar hablar del Fondo Monetario Internacional es casi sinónimo de presentir que se avecina una tormenta socio-económica para nuestra Argentina. La presencia de esa ayuda financiera encierra una feroz amenaza para nuestra economía. Reiteradas experiencias propias y de otros países que han recurrido a ese tipo de préstamos avalan nuestra presunción temerosa.
Si nos remontamos a sus orígenes vemos que el FMI tiene sus orígenes desde las implicancias que surgieron a causa de la gran depresión económica, allá por el 1929, producto de los resabios de la Primera Guerra Mundial. La intención de su creación apuntaba a transformarse en un organismo promotor de la cooperación monetaria, asistir en la estabilidad financiera y ayudar al crecimiento económico de todos los países.
Es finalmente, en las postrimerías de la Segunda Gran Guerra, en 1944, cuando cuarenta y cuatro países suscriben los Convenios Constitutivos del FMI y del Banco Mundial. Estos documentos fueron elaborados durante la conferencia de Bretton Woods, en Nueva Hampshire, Estados Unidos, de la que fueron mentores John Maynard Keynes, para el aporte británico, y Harry Dexter WHITE, para la postura estadounidense, dos economistas mundialmente destacados y con enfoques divergentes. El primero, dentro de una inclinación progresista, productiva y proteccionista, el segundo, esgrimiendo un criterio netamente capitalista. Esta última fue la tendencia que primó en la actitud del FMI en su desenvolvimiento.
EL ACUERDO ACTUAL
Los términos del acuerdo recientemente firmado entre el Gobierno argentino y FMI, y la presentación de la renuncia a la presidencia del Bloque Frente de Todos en Diputados, de parte de Máximo Kirchner, en claro descuerdo con la negociación oficial, abrieron un debate intrincado sobre el tema, tanto en el entorno político nacional como hacia el interior del propio Oficialismo.
En el marco de una difícil disyuntiva, todavía comprometida por los efectos sanitarios, sociales y económicos de la pandemia, el Gobierno Nacional, buscó el camino menos tortuoso para afrontar el desenlace y las consecuencias del acuerdo con el organismo internacional. Varios son los escenarios críticos y embarazosos que se presentan en forma paralela sobre los cuales el Gobierno debe moverse, manteniendo un riesgoso equilibrio para resolver el embate económico que supone una deuda, no propia sino, asumida por la gestión anterior, cuyos compromisos explotan ahora.
Queda claro, que la postura del Gobierno consiste en ganar tiempo. Un tiempo que es fundamental para fortalecer el crecimiento económico, sin el cual cualquier acuerdo resultaría inútil. Este es estratégicamente, el factor esencial para que el entendimiento encuentre un sendero claro y posible de recorrer.
Al Gobierno le toca realizar movidas muy precisas para no desarticular su base táctica, como lo es el control del déficit fiscal y el nivel del costo de vida para la sociedad. Su confianza se sustenta en el crecimiento del horizonte de la economía integral. Cada punto en alza logrado en este tema va a significar una oxigenación espléndida para el cumplimiento del contenido de la letra chica del acuerdo al que se arribó con el FMI.
La tarea para nada fácil, hacia dentro de la alianza progresista del Frente de Todos, tendrá también sus exigencias y bemoles altos. Queda claro que la unidad ha sido el signo de la fortaleza de dicha coalición, y desde sus huestes, intentarán mantener esa situación, ya que resultará esencial para el transcurso ordenado hacia el año crucial de 2023.
EL PLAN CRECER
Uno de los principales artífices del acuerdo con el Fondo Monetario, el Ministro Martín Guzmán, fue quien mantuvo latente durante la disputa con el organismo el planteo de que “ahogando el crecimiento argentino, sería imposible que el país pagara la deuda que heredó nuestro Gobierno”.
El presente año constituye una base de lanzamiento esencial, ya que las evaluaciones de los técnicos y expertos presienten un terreno muy favorable, para ejecutar lo que algunos han convenido en llamar “El Plan Crecer para pagar”. En este panorama, se presentan dos frentes a atender, lo que se refiere a la macro-economía, donde se jugarán los grandes intereses, tanto del Gobierno como los de los sectores económicos y productivos de relevancia, escenario donde se debaten los ejes de la sustentación del marco político, y por el otro lado, todo lo que hace a la economía real, la del día a día, la cotidiana.
Desde estos análisis, se especula y se anhela alcanzar indicadores que oscilen entre los 4 y 4,5 puntos dentro de un crecimiento progresivo y constante del desenvolvimiento económico en general.
El panorama que le toca transitar al Gobierno, va a exigir de su parte, la mejor destreza y una habilidad sin igual. Todas son tareas posibles, donde el enfoque teórico deberá ir logrando desenlaces apropiados, buscando una resolución confiable y eficiente, de manera de conjugar cada logro con el mayor consenso posible.
En ese contexto, aparece el entramado de una inflación preocupante, donde un acuerdo sobre la variable de precios resulta esencial, conjuntamente con las previsibles definiciones salariales de las distintas paritarias, éstas recuperando un saludable por adquisitivo.
A favor, juega una exultante expectativa de ingresos de recursos financieros provenientes de exportaciones de sectores agropecuarios e industrialesy también de la llamada “economía de conocimiento”.
Todo amerita el mejor de los intentos y el respaldo de una cauta euforia nacional. Se juega mucho en el intento, para todos por igual.
Hay intelectuales que nos catalogan de que “no somos ciudadanos sino, consumidores”. Todo tiene que ver con todo. Una sociedad que puede consumir razonablemente, es signo de que existe una economía inclusiva y favorable al desarrollo. Sería una buena calificación. Queremos jugar este partido.
(Material de consulta, notas de Leandro Renou y Luis Broustein, Pagina /12)