«Vivir es un continuo duelo», dijo santa Teresa de Jesús. Y es así: desde el momento antes de nacer comenzamos a experimentar pérdidas, sufrimiento, privaciones. Como una experiencia muy íntima, persona, propia del que ama, el duelo nos prepara para el «desapego» y para decir «adiós». Bien lo explica Mateo Bautista cuando dice que «el duelo recuerda a cada persona: o yo domino al sufrimiento, o el sufrimiento me domina a mí; y que sólo se transforma el sufrimiento cuando se transforma el sufriente».
Y en estas fechas tan significativas para los que profesamos la fe, también podemos encontrar la posibilidad de descubrir los duelos de Jesús ante la inminente muerte. En este sentido, dentro de la Tanatología, sabemos que existen los duelos anticipatorios; duelos que permiten ir tomando conciencia de lo que está pasando, que -muchas veces- empujan a la persona a destrabar los propios estados emocionales y anímicos que pueden estar funcionando como «bloqueantes», y posiciona a la persona en protagonista de la situación, brindando la posibilidad de encontrarle «un sentido» a ese dolor o pérdida.
De esta manera, la Biblia nos ayuda a descubrir algunas características de este tipo de duelo: Jesús en íntima relación con su propia muerte (que la ofrece de forma voluntaria: «mi sangre derramada por ustedes»), acepta su muerte (con una forma muy trágica e inhumana); no busca sufrir pero -«como vino el dolor»- lo acepta y lo supera encontrándole un significado, etc.
Y el Jueves Santo, muy propio del duelo, descubrimos «sus despedidas», porque un duelo no está completo si faltan las despedidas y todo lo relacionado con ellas. Éstas le dan un final al ciclo del duelo, porque -en verdad y plenitud- la persona se «hace cargo» de su situación y permite que los demás procesen esa despedida y, por ende, su duelo.
De esta manera, la Biblia nos ayuda a descubrir algunas características de este tipo de duelo: Jesús en íntima relación con su propia muerte (que la ofrece de forma voluntaria: «mi sangre derramada por ustedes»), acepta su muerte (con una forma muy trágica e inhumana); no busca sufrir pero -«como vino el dolor»- lo acepta y lo supera encontrándole un significado, etc.
Y el Jueves Santo, muy propio del duelo, descubrimos «sus despedidas», porque un duelo no está completo si faltan las despedidas y todo lo relacionado con ellas. Éstas le dan un final al ciclo del duelo, porque -en verdad y plenitud- la persona se «hace cargo» de su situación y permite que los demás procesen esa despedida y, por ende, su duelo.
Y así, encontramos una serie de discursos de despedida en la Biblia, donde habla de su propia muerte, entre otras, y también genera una suerte de incertidumbre entre sus seguidores y discípulos. Es más, no le encontraban lógica a su despedida ni que decir de la resurrección anunciada… ¿Y cómo se despide? Pidiéndoles cosas concretas («deben lavarse los pies unos a otros»), que no pierdan la calma, invitándolos a la alegría (a pesar del duelo), hablándoles con total simpleza y claridad… Con despedidas sanas, nacen duelos anticipados.
¿Qué más nos enseñan esta Semana Santa sobre los duelos? Que es muy difícil integrar o hacer una todas nuestras «zonas oscuras», que es muy necesario e importante contarle a nuestros seres queridos lo que nos pasa, evitando así «encerrarnos» en el dolor; que es «sanador» darle rienda suelta a nuestros sentimientos, dando la posibilidad de que «otros» nos acompañen. Permitirnos preguntarnos si: «¿Dios sabrá lo que estoy sufriendo?», «¿Tendrá idea Dios lo que me duele no tener ya a mi hijo/esposo/madre?», «¿Sabrá Dios lo mucho que me cuesta perdonar esta traición?» .
Por eso no hay nada más enfermizo que, cuando sufrimos, rezarle a un «dios supermán», desconociendo que Él murió en la cruz. Cuando sufrimos, dice Mateo Bautista, «miramos, gritamos y rezamos a Dios Padre, pero nos cuesta mirar a Jesús en la cruz, porque nos obliga a dialogar con él» y actuar como él ante el sufrimiento y la muerte. Y, claro, a esto no siempre estamos tan dispuestos ni preparados. Por eso la oración -desde cualquier creencia- en los duelos, debería ser muy parecida a la oración de Jesús en duelo. Aunque cueste, un duelo «está manco» si le falta la dimensión de lo espiritual.
Por último, saber que cuando uno está atravesando un duelo, no debe cerrarse ni perder los vínculos con los demás, ni mucho menos con quien puede ayudarme. ¡No es nada fácil dar «alojamiento» al que sufre! Dejarse acompañar y acompañar de forma sabia y serenamente es la clave para encontrarle un sentido a tanto dolor…
Lic. Mario Nicolás Romero.
Postgrado en Duelo (Fundación «Duelum»). Enfermero legista.
Ref: Mateo Bautista. «Los duelos de Jesús y de María». 1° edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Editorial Guadalupe. 2019.