En el artículo anterior, se trató de conceptualizar e identificar las diferentes pérdidas que atravesamos, los seres humanos, desde el día de nuestro nacimiento.Y como bien menciona el título, sabemos que nuestro ser, luego de la pérdida de una persona con la que tuvimos diferentes vinculaciones, principalmente de afecto cercano, comienza a vivir una serie de procesos físicos, psicológicos y sociales: una especie de «dolor» (según la raíz latina de la palabra).
La manera en que comprendemos el duelo, está relacionado con la forma en que cada cultura o sociedad concibe a la muerte en sí. Por ejemplo, en Irlanda, entienden a la muerte como el ciclo de transición más importante de la vida. Creen que la vida está llena de sufrimiento, y que la muerte trae alivio. Todos los miembros de la familia y amistades participan del sepelio, sin escatimar incluso en gastos para bebidas y ornamentaciones; incluso suelen retrasar unos días si hay familiares de lugares lejanos. Desde una mirada clínica, los irlandeses no son capaces de compartir el dolor de su pérdida: prefieren «sufrir» la pérdida en soledad. En Puerto Rico suelen entender la muerte como un hecho inevitable. Cuando muere alguien (al tener muy arraigado los vínculos de interdependencia), se vive la situación como una amenaza al futuro de toda la familia. Existe una cierta reticencia a consultar a los profesionales de la salud mental, aunque se quejan del sufrimiento de forma constante; prefieren experimentar con sanadores, curanderos o médiums para lograr una suerte de «comunicación» con el espíritu del muerto. Casi como sucede en toda América Latina, existe una tendencia a cuidar en las casas al enfermo, y llevándolo al hospital ya cuando no hay otra alternativa. Se le da importancia a la visita de los familiares, para despedirse y tratar de arreglar o «saldar deudas» existentes.
Los judios, en cambio, tienen algunos principios respecto a la muerte: el soporte esencial de la persona es la familia, con ella y la comunidad se comparte el sufrimiento individual, privilegiando la expresión verbal de los sentimientos. Cuando alguien enferma gravemente, toda la familia participan de los cuidados, de forma obligada. Aunque se han ido adaptando a las diferentes costumbres donde viven, antes no permitían adornos, ni flores, en la que el ataúd era simplemente construido con madera de pino; esto último para reforzar la idea de que la muerte «nos llega a todos por igual», sea un rico o un pobre. El sepelio es simple; un amigo del fallecido suele lavar y vestir el cuerpo, estando prohibida la cremación. Ocurrido el entierro, comienza el shivá («7 días»), donde se visita a la familia y se recuerda al fallecido con vivencias y situaciones comunes. El duelo formal finaliza al año, con la construcción de un monumento en la tumba. Anualmente se enciende una vela, se visita a la sinagoga para orar y hacer una obra de caridad.
En la cultura china, al igual que un casamiento, la muerte es todo un acontecimiento comunitario, y el grado de elaboración del mismo muestra el la posición social de la familia. Así, sobre la base de que «el alma es inmortal», se suele quemar títulos de propiedades, dinero y acercar ofrendas de alimentos para que el fallecido no tenga ni hambre ni pobreza en la otra vida. La procesión de despedida es encabezada por el hombre de la familia, secundado por los familiares y músicos. No se permite música alegre ni anécdotas grotescas. Al séptimo día luego del sepelio, y cada siete días realizan una ceremonia especial, hasta llegar a los 49 días que dura el duelo (en ese lapso se prohíben hasta los casamientos, por ejemplo). Bajo la creencia de que el fallecido, por medio de su espíritu cuidará y protegerá a su familia contra todo mal, diferencian entre una mala muerte y una buena; a la primera la relacionan con un suicidio u homicidio, a la segunuda con una muerte en paz. Si muere un niño, es distinto: los padres no concurren al funeral ni hablan sobre la pérdida de su hijo en público.
A pesar de que cada cultura o sociedad intenta explicar lo que es el duelo, vemos que se lo entiende como una transición, y que afecta a todas las áreas de la vida de cualquier persona. En especial, cuando hice referencia al «vínculo afectivo cercano», se suelen encontrar prejuicios frente a la pérdida de un ser querido: es decir, que en algunas ocasiones podemos juzgar el dolor del otro (doliente) por la relación familiar que tenía con el fallecido (padre, madre, hijo, pareja), y dejamos de lado el «tipo de vínculo» que uno puede entablar con esas personas; por eso muchas veces la pérdida, por ejemplo, de un compañero de trabajo, de un amigo, o de un compañero/a sexual también puede tener un efecto devastador para el que sufre esa pérdida.
En los próximos artículos se intentará profundizar -con el aporte de algunos investigadores y teóricos- respecto a las fases y momentos en la elaboración de un duelo.
«Pero la vida es corta: viviendo, todo falta; muriendo, todo sobra» (Félix Lopez de Vega. 1562-1635)
Mario Nicolás Romero. Enfermero forense. Terapeuta en duelo (Fundación «Duelum»), Acompañante terapéutico en el proceso del duelo (Universidad de la Cuenca del Plata). Licenciado en Educación Secundaria.