Sobre los primeros días de Junio de 1974 la situación económica se había complicado severamente. El Pacto Social que Perón intenta sostener para equilibrar la situación socio-económica del país es resistido tanto desde sectores de la derecha como de la izquierda. El 12 de Junio, se realiza una convocatoria masiva a Plaza de Mayo. Un Perón muy desgastado en su salud procura advertir sobre las consecuencias de la no aceptación del Plan propuesto. El final de su discurso evidencia su angustia interior y parece preanunciar su despedida:” Les agradezco profundamente que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mi, es la palabra
del pueblo argentino”.
La salud del General comenzó a deteriorarse irremediablemente. Él 1º de Julio de 1974 amaneció nublado, un día triste. Los partes médicos alertaban sobre el inminente final del hombre que había estado en el eje de la política argentina desde 1945. A las 13,15, la vicepresidenta Isabel Martínez de Perón, anunció el fallecimiento del veterano líder, enmudeciendo el anhelo de quien fuera tres veces Presidente de la Nación: “la pacificación del pueblo argentino”.
EL PERONISMO SIN PERON
La crisis empezó a precipitarse. La esencia de los grandes liderazgos se compone fundamentalmente de estrategia y conducción pero, hay un aspecto también importante, la contención del grupo. A partir de su muerte comienza la historia del “Peronismo sin Perón”.
El Movimiento, huérfano de liderazgo, desarrolla una agobiante transición. El grueso de la militancia ya había sobrevivido a los largos años de la proscripción política, pero entonces, aunque lejos, la referencia de guía y pertenencia existía. El aliento del regreso de Perón a su patria significó un estímulo ferviente, alentador y convocante que mantuvo la antorcha viva. Ahora en cambio, el líder ya no estaba. La sensación de vacío político era proporcional a la dimensión de la figura desaparecida.
Su obra, malgastada por muchos de quienes quedaron después de él, comenzó a diluirse. Quedaban sí, el bastión de su doctrina y su persistente pedagogía política que desplegó incansablemente. Esa
herencia sería inmutable. La ligazón y el vínculo con su querido pueblo no tenían plazo de vencimiento. Fue a perpetuidad. Se ubicó en el pedestal junto a Evita para eternizar la sinfonía de ese sentimiento, que el pueblo percibía en clave de justicia social y para que fuera también el sublime talismán que garantizara la vigencia de un sueño hecho historial en las vivencias y realidades de ese mismo pueblo. A 48 años de su muerte su convite y alegato político siguen inalterables, trascendiendo generaciones: “quienes quieren oír, que oigan. Quienes quieren seguir, que sigan. Mi empresa es alta y clara mi divisa. Mi causa es la causa del pueblo, mi guía la bandera de la patria”.