Egocentrismo, tal vez, egoísmo, quizá, pero detrás de una mamá con diagnóstico de cáncer hay un hijo que sufre, que tiene miedo, que llora solo y en silencio porque cree que su mamá puede morir. Se pregunta una y mil veces como se sigue, si se alienta con un abrazo y un “mamá vos podés” o se alienta con un “déjate de joder, no tengas miedo que yo estoy y de esta salimos adelante”.
Y ahí estuve yo, hace seis años atrás, siendo hija de un papá que hacía poco había muerto y con un diagnostico en mano de mi mamá que había sido una leona cuidando a su esposo durante mucho tiempo. Tal vez el cuerpo le pasaba factura, quizá el alma y sus emociones un poco más quietas le enfermaban el cuerpo. Y yo, una vez más ahí pensando en todo lo que podía pasar.
Cuando vamos creciendo entendemos que la muerte es parte de la vida, vamos aceptando que es un momento al que todos llegaremos, y es un trance a otro momento en este Universo. Pero yo no estaba preparada, nunca lo estuve, y seguramente nunca lo estaré. Tuve miedo de mirar los ojos de esa mujer enorme, la mejor mamá, porque es mi Mamá.
Y una vez más, como cuando me tomó de la mano para que diera los primeros pasos, como cuando recortaba palabras para que pegara en mis primeros cuadernos, me volvió a enseñar que en la vida estamos para aprender todos los días. No importaba que yo fuera una mujer y que ya tuviera mis hijos, me hice nuevamente pequeña en sus brazos, en el beso en la frente y en sus palabras al médico “doctor, me quiero operar ya, tengo dos nietos hermosos, una hija que amo, y aún mucho por vivir”.
Su voz sabía y una vez más me enseñaba lo que siempre me dijo en palabras y en acciones, que no hay rendirse, que se lucha, que si uno se cae se levanta, que siempre hay motivos, y que el Amor todo lo puede, si, eso me lo enseñó ella desde el momento que eligió que fuera su hija.
Y ahí sentí menos miedo, sentí que podíamos y que el coraje borra los temores porque siempre me dijo que el mundo está hecho para los que se animan.
Miro a mi amiga, que también es madre, pero que primero es hija, y cuando Luciana habla de Cristina no logra dejar de emocionarse. Por ella siempre ríe, es la loca de los chistes y de las ocurrencias impensadas, es la que va al frente y se come al mundo, pero es el ser más frágil y noble que uno se puede cruzar. La miro y pienso cuanto luchó con su madre, cuanto miedo habrá tenido y cuanto la extraña cada vez que la necesita. ¿Pero sabes qué? Ella también aprendió de Cristina, que no hay que bajar los brazos, que vale la pena luchar, y que a veces el resultado no es el que esperamos, porque ella no está físicamente, pero si en cada charla, en cada risa, en la mirada de sus hijos y en la nobleza de su corazón, esa lucha no la perdió y nunca la va a perder.
Por eso, si sos hijo como yo, y aun tenes a tu mamá al lado luego de superar un cancér, no dejes de decirle cuanto la admiras, acompáñala y recordale que aunque ya sos grande, necesitas que te siga cuidando como cuando eras un niño. Y si ya no está, no te rindas, por vos y por ella, porque de ella aprendiste que la vida es eso, la lucha constante porque el Amor vale la Vida.
Lorena Arlán
Fotos: mi Mamá Nilda, mis hijo Joaquín y Ana.
Cristina junto a mi amiga Luciana y su hermana Natalia