Han transcurrido 45 años de aquel 24 de marzo de 1976, que marcó la irrupción del último Golpe cívico militar que registra ese nefasto calendario del historial de rupturas del sistema representativo y federal en nuestra Patria. A casi dos años de la muerte de Juan Domingo Perón, durante su tercer mandato, el derrocamiento presidencial de 1976 configuró en especial, un desgraciado período que enlutó de una forma atroz a la mayoría de nuestra sociedad. Representó un cruel y brutal golpe, allí donde es más sensible el sistema democrático y sus derechos humanos fundamentales.
Fue la concreción de una vivencia traumática que mostró el accionar de una elite violenta, a la par de otras experiencias similares de gobiernos “de facto”, que se dieron en Latinoamérica. El mismo origen imperialista y la misma temática ideológica. En el caso de Argentina, dejando un saldo de 30.000 secuestrados-desaparecidos, sin la opción de muerte en combate, por un idea o por una meta. Con el agregado del arrebato de bebes, hijos e hijas de madres secuestradas, nacidos en cautiverio. Una aberración de inhumanidad absolutamente aborrecible.
Un gran parte de la sociedad contemporánea de entonces contempló, en ciertos casos, con indiferencia aquel escenario, desdibujado hacia la gente por sus actores, solapado en sus intenciones, bestial en su accionar desde subterfugios y movimientos ocultos, bajo el hipócrita manifiesto de la reorganización nacional y el eslogan de que “somos derechos y humanos”, que aquellos jefes militares repetían como vil sarcasmo testimonial de lo que hacían.
Su resultado fue el drama de una generación diezmada, que sólo se hizo visible semana a semana, en el testimonio de la ronda de las Madres en la Plaza de Mayo. Agredidas y perseguidas brutalmente por los jerarcas de aquel genocidio, esas Madres representaron a la otra cara de una sociedad obnubilada, que evidenciaba lo que realmente estaba sucediendo en Argentina.
El informe categórico del “Nuca Más”, dictado por la comisión de la CONADEP, creada durante el gobierno de Raúl Alfonsín, fue el testimonio que, con pruebas contundentes, mostró las atrocidades que aquellos hombres del poder militar realizaron. El Poder Político y el Poder Judicial actuaron y hoy siguen avanzado sobre los casos y juicios aún pendientes.
Esa intervención fue fundamental, porque sin MEMORIA no hay sentido de la historia vivida.
Con la VERDAD de los hechos, porque sin su claridad y certeza cualquier relato resultaría absurdo.
Y con JUSTICIA, porque lo justo no es siempre el punto medio, sino la mirada y el análisis con conciencia ética sobre lo sucedido y la valoración del sentido de las acciones humanas.
Hacia el futuro nos quedó perdurable el recuerdo de aquel acontecimiento trágico, que ensombreció la vida del país, lo ensangrentó, lo denigró. Se escribió un capítulo lamentable en el historial argentino con heridas que aún perduran sin poder cicatrizar.
Es importante que no olvidemos los flagrantes intereses que generaron aquel tiempo luctuoso de nuestra Argentina, para entonces ver y transitar hacia adelante el auténtico sendero del crecimiento próspero y del desarrollo digno de un país.