Estas reflexiones, fueron elaboradas hace unos años, con motivo de cumplirse en aquel momento el cuarenta y dos aniversario de la muerte de Perón, y también siete décadas desde que su presencia en el escenario político del país marcara el advenimiento de un paradigma diferente político-social, con características señeras e incuestionables en la historia nacional argentina. En ese largo derrotero ejerció tres mandatos presidenciales. Volvió al país después de 18 años de proscripción, manteniendo aún hoy, desde el enunciado de su posicionamiento estratégico de la Tercera Posición y su legado doctrinario, un liderazgo irrefutable y una presencia venerable en el sentimiento de su pueblo peronista y de la Argentina toda. Sigue siendo un punto necesario de convergencia de ideas y un polo referente para comprender el desenvolvimiento y la trama de estas últimas siete décadas del país.
EL NOMBRE DEL SIGLO
Unos años atrás, el diario Clarín, publicó en un suplemento especial un trabajo del historiador Felipe Pigna bajo el título de “Mitos Argentinos. Los protagonistas de la historia”. En uno de sus apartados, rotulado por Pigna como “Juan Perón, el nombre del siglo”, el escritor decía: “fue y sigue siendo el único argentino que llegó tres veces a la presidencia. Compartió con Evita el sitial destinado a los argentinos más amados y más odiados por sus compatriotas. Surgió a la política en un momento clave de la historia nacional y mundial, construyó su plataforma ubicando en un rol protagónico a un actor social postergado históricamente: el movimiento obrero. Planteó una alianza de clases, imaginando que la burguesía argentina estaría dispuesta a renunciar a parte de sus privilegios para garantizar la paz social y el progreso nacional. Pero fue inútil. La gran burguesía argentina, más terrateniente y financiera que industrial, conservadora y elitista, desconfió de sus intenciones y dejó manca la alianza de clases planteada por Perón, que debió reemplazar a la burguesía por el Estado, con todas las consecuencias positivas y negativas del caso.”
Continúa Felipe Pigna su reflexión, “el Estado peronista significó el momento de mayor transferencia de ingresos de la historia argentina hacia los sectores populares, que accedieron a niveles inéditos de participación en política, educación y consumo. Es decir, inclusión social. Este crecimiento geométrico del rol del Estado, que se transformó en benefactor y empresario, ampliando y dinamizando los servicios públicos, como los transportes, el gas, la electricidad y el agua corriente, tuvo también su aspecto negativo en la imposición de una fuerte censura, la persecución a los opositores y el culto a la personalidad de la pareja gobernante. El último Perón ya no tenía los reflejos del joven coronel, no contaba con la prosperidad argentina de posguerra, le tocaba gobernar un subcontinente acosado por el golpismo pro-norteamericano, que acaba de mostrar sus garras en Chile, y dirigía un movimiento que había crecido en sus años de exilio nutriéndose de una izquierda y una derecha que no tardarían en reclamarle su definición “.
UNA CONCIENCIA NUEVA PARA LA PAZ DE LOS ARGENTINOS
Habituado a delimitar con frases alegóricas y concluyentes las circunstancias clave que componían sus concepciones políticas, las visiones sociales y sus hondos raigambres, la opción definitiva de Perón quedó graficada en aquel final del discurso de mediados de junio del ‘ 74, que se instaló como su despedida: “me llevo en mis oídos las más maravillosa música, que para mí es la palabra del pueblo argentino”, constituido por siempre en su “único heredero”, representando su mayor desvelo “la felicidad del pueblo en una Argentina grande”.
Hay un tramo del memorable discurso de don Ricardo Balbín, durante el último adiós ante el féretro de Perón, que nítidamente manifiesta aquel especial momento y el matiz de su época. Decía Balbín, “llego a este importante y trascendente lugar, trayendo la palabra de la Unión Cívica Radical y la representación de los partidos políticos que, en estos tiempos, conjugaron un importante esfuerzo al servicio de la unidad nacional: el esfuerzo de recuperar las instituciones argentinas y que, en estos últimos días, definieron con fuerza y con vigor su decisión de mantener el sistema institucional de los argentinos. En nombre de todo ello, vengo a despedir los restos del Señor Presidente de la República de los argentinos, que con su presencia puso el sello a esta ambición nacional del encuentro definitivo, en una conciencia nueva…”
Siguiendo aquella brillante y emotiva exposición, Balbín hace referencia a una charla personal y amigable que tuvo con Perón, diciendo “…guardé yo, en lo íntimo de mi ser, un secreto que tengo la obligación de exhibirlo frente al muerto. Ese diálogo amable que me honró, me permitió saber que él sabía que venía a morir a la Argentina, y antes de hacerlo me dijo.-“quiero dejar por sobre todo el pasado, este nuevo símbolo integral de decir definitivamente, para los tiempos que vienen, que quedaron atrás las divergencias, para comprender el mensaje nuevo de la paz de los argentinos, del encuentro en las realizaciones, de la convivencia en la discrepancia útil, pero todos enarbolando con fuerza y vigor el sentido profundo de una Argentina postergada”.
“Este viejo adversario despide a un amigo”, dirá Balbín al cierre de su homenaje. Frase, que permanecerá célebre, engarzada en la apoteosis de esos dos enormes de nuestra política nacional. Concluía el ciclo de una política cargada de épica y heroicidad. Permanecerá en el tiempo el mensaje, de ilimitado fuste, del líder justicialista, más allá del mito.