“Gordo”, “gorda”, “gordito”, “gordita” ¿apodos cariñosos o apodos del horror? ¿Describir a alguien como “gordo” es considerado un insulto o un halago? ¿Por qué tenemos la obsesión de estar flacos? Mejor dicho, ¿por qué tenemos terror a engordar? ¿Por qué creemos tener el derecho a opinar sobre el peso de otras personas? ¿Cuál es el camino para construir una sociedad menos violenta, menos discriminatoria? ¿Por qué nuestra imagen se debe adaptar a las redes sociales y no las redes a nuestros cuerpos?
La gordofobia es un término reciente, a pesar de que el fenómeno no lo es. La industria de la moda, la publicidad y la televisión, entre otras variables, han construido un imaginario social que nos ha hecho creer que tenemos que entrar en la ropa que visten los maniquíes y parecernos a los y las modelos de las publicidades de perfume. Medimos con una vara qué cuerpos son “lindos, sensuales, atractivos” y cuáles no, sin comprender que existe una diversidad de figuras que se corren de los estereotipos que hemos consumido toda la vida.
La Ley Nacional de Talles (Nº 27.521) aprobada en noviembre del 2019, ha combatido esta construcción social, pero lamentablemente no se cumple en todos los negocios de ropa del país. La campaña de esta ley tenía como bandera “El talle único no es el único talle”.
Los parámetros de belleza y la aceptación social están relacionados de manera directa con la delgadez. En conversación con Télam, la activista por la diversidad corporal y gran promotora de la Ley de Talles, Brenda Mato, explica que “si tuviéramos que describir lo que se considera bello en un cuerpo femenino, hablaríamos de una mujer blanca, joven, flaca, probablemente madre, exitosa en lo laboral y con una pareja heterosexual, por supuesto. La construcción social de un ideal inalcanzable”. Es decir, una mujer de belleza hegemónica.
Existe una mayor presión sobre las mujeres, y así lo expresa la modelo plus size: “Nace desde un estereotipo de género que marca qué es lo que se le impone a una buena, mujer entre comillas. Nos venden que lo más valioso a lo que podemos aspirar en la vida es ser lindas. La masculinidad se construye de otra forma, mientras que a nosotras nos piden ser lindas más allá de si somos inteligentes o no”.
Estos estándares dejan afuera a una gran parte de la población. Además,afectan nuestra autoestima, nuestra salud mental y nuestra subjetividad. Brenda Mato, de 30 años, se sintió excluida durante mucho tiempo: “Creía que no era merecedora de un montón de cosas y me la tenía que fumar porque eso era lo que me tocaba”.
Las bajadas de línea constantes nos instruyen cómo vestirnos, maquillarnos, depilarnos y qué cifra debe indicar la balanza al pesarnos. La modelo body positive,oriunda de Lanús, comprendió que no era menos persona, ni menos valiosa por tener un cuerpo que la sociedad no aceptaba: “perdía un montón de energía al intentar tener un determinado cuerpo, sentía que debía postergar mi vida hasta encajar. Todo cambió cuando me di cuenta que tengo derecho a mis propios deseos y sueños, independientemente de mi cuerpo. Mi vida no empezaba cuando bajara de peso, mi vida ya había empezado y que este cuerpo es el que tengo, no es de transición”.
Hay una falta de representación de diversidad corporal en los medios de comunicación, en la opinión pública, en las revistas. Es una deuda pendiente con la sociedad. Y por diversidad no se trata únicamente de cuerpos de mayor o menor tamaño, sino de personas de otros colores de piel, personas con discapacidad, comunidades de pueblos originarios. En síntesis, correrse de la hegemonía. Brenda expresa que en la televisión “sólo vemos gente blanca. No se nos permite envejecer ni engordar”.
Es absurdo pensar que seremos eternos y bellos para siempre. Por otro lado, ya no vemos tantas situaciones de discriminación o burla en televisión; los participantes de ciertos programas eran pesados en vivos o ganaban una competencia por salpicar mucha agua fuera de una pileta. De todas maneras, queda un largo camino por recorrer.
Niñas y adolescentes crecen creyendo que las mujeres como ellas no existen: “Como si fuéramos un ente fuera de serie. Te encontrabas mirando a tu familia a alguna vecina, pero en los medios no existíamos”. Hasta que un día vio en televisión a la estadounidense Tess Holliday: “Me partió la cabeza ver una modelo mujer gorda y hermosa. Me resultó raro observar la belleza en ella y no poder verla en mí. Fue una cachetada de realidad”, recuerda Mato.
Holliday fue nombrada en 2013 por Vogue Italia como una de las modelos de tallas grandes más famosas del mundo. Hay una tendencia a asociar la delgadez extrema con ciertos trastornos alimenticios mientras que cualquiera puede padecerlos, más allá de su tamaño, al tener una imagen distorsionada de su figura y un temor a aumentar de peso
Tess Holliday twitteó a principios de mayo de este año, que estaba luchando contra la anorexia: “Soy anoréxica, me estoy recuperando. Soy el resultado de una cultura que celebra la delgadez y la equipara con un valor positivo. Ahora puedo escribir mi propia narrativa. Puedo cuidar un cuerpo que he castigado toda mi vida. Finalmente soy libre”.
En la escena nacional, Mato destaca a Laura Contrera, “Profe de Filo, abogada y doctoranda en Estudios de Género” (como se presenta en instagram @louduluoz): “fue una de las primeras que se puso la lucha al hombro en nuestro país”. Recomienda el libro que Contrera escribió junto a Nicolás Cuello, llamado “Cuerpos sin patrones” y lo describe como “muy esclarecedor, una gran guía y aprendizaje”.
En el twitter de Laura Contrera, @gordazine, se lee “para une gorde no hay nada mejor que otre gorde”. Brenda coincide con este lema empático: “poder hablar con alguien y que entienda lo que te pasa, encontrarse en un abrazo y compartir el dolor para no cargar esa culpa a solas”.
Las redes sociales son un espacio de socialización, de intercambio de ideas y de una variedad que no siempre tiene lugar en el mainstream. Brenda Mato manifiesta que son un gran punto de partida para “democratizar las voces. Son un nuevo medio de comunicación. Es más, hoy no podría estar hablando con vos si no fuera por las redes. Pero los influencers deberían ser responsables sobre lo que comunican”. Ella es una gran líder en instagram contando con 124 mil seguidores.
La gordofobia está tan arraigada en nuestra cultura que hay momentos en los que ni siquiera somos conscientes de que la estamos ejerciendo. Cuántas veces hemos recibido comentarios sobre nuestros hábitos alimenticios, vestimenta, peso o apariencia. Cuántas veces hemos fingido una sonrisa o un “gracias” al escuchar un supuesto cumplido.
La cuestión radica en por qué creemos tener el derecho a opinar sobre los cuerpos ajenos. “Las libertades traen responsabilidades. Creemos que bajo la libertad de expresión podemos decir cualquier cosa”, comenta Brenda. No es lo mismo opinar sobre el aspecto de otros cuando nos preguntan o piden un consejo que cuando no lo hacen.
La activista por la diversidad corporal cuenta que “hay personas que han deseado tener enfermedades graves para bajar de peso” como por ejemplo, gastroenteritis o apendicitis. “Hay gente que desea tener el virus, o al menos hacen chistes sobre eso, para bajar de peso. Pero hay personas que lo dicen en serio. Me parece que es ahí cuando se cae todo el discurso”, porque en definitiva, el mensaje de fondo es “prefiero estar muerto a estar gordo”. Es allí donde los límites del humor se ponen en juego, hay que comprender dónde, cuándo, sobre qué y cómo se hace un chiste.
A las supuestas bromas se le suman frases instaladas en conversaciones informales, que perpetúan la violencia en lo discursivo. “Comer sin culpa”, “en septiembre me mudo al gimnasio para llegar al verano”, “no como hasta al casamiento para entrar en el vestido”, “mañana empiezo la dieta líquida”, “meter panza en las fotos”, “estar divina” (referida a estar flaca), entre muchas otras que escuchamos o decimos a diario. Estas ideas instalan la creencia de que ser gordo es lo peor que puede pasarte en la vida.
Las palabras tienen una carga simbólica, producen un efecto en quien las oye y avalan algunas actitudes. “Llegar al verano no es una carrera. Hace treinta años que llego al 31 de diciembre y me pongo bikini. Lo peor que podemos hacer es ese cambio abrupto de peso. Me interno en septiembre y en marzo empiezo a comer como si no hubiera un mañana. ¿Cuál es el sentido? ¿No es mejor encontrar un equilibrio, algo que pueda sostener en el tiempo?”, cuestiona Mato.
Es interesante la nueva tendencia de algunos nutricionistas y entrenadores de cambiar la relación con la comida y la actividad física; dejar de creer que el deporte es solo para algunos, dejar de verlo como castigo y para bajar de peso, dejar de buscar resultados corporales inmediatos y poder sentir placer al comer rico y variado sin privarnos de nada.
Según la modelo body positive, la gimnasia debería “ayudarnos a conocer nuestro cuerpo, darnos nuevas habilidades y fortalecernos”. Esto se antepone a los nutricionistas de la vieja escuela que sacan de un cajón una hoja con un plan de dieta, sin explicar cómo alimentarnos de manera saludable, haciéndote sentir que la única alternativa es adelgazar y si no estás fracasando. Brenda disfruta mucho de la danza, pero en sus redes intenta no mostrarse mucho haciendo actividad física porque recibe comentarios del estilo “te pusiste las pilas”, asumiendo que si no lo mostraba antes es porque no lo estaba haciendo.
Entonces, ¿deberíamos prestar más atención a lo que decimos o dejamos de decir sobre los cuerpos de otras personas? ¿Estamos viviendo un cambio de paradigma con respecto a la mirada sobre nuestros cuerpos, la relación con la alimentación y la actividad física?
Quizás se pueda comenzar por escuchar más a los demás, hablar menos sobre sus apariencias y sentimientos, no engañarnos por los filtros de instagram ni aspirar a los mismos, priorizar la salud mental, seguir luchando para que se cumpla la Ley de Talles, cuidar nuestros cuerpos internamente más allá de cómo nos veamos por fuera y continuar el camino hacia una sociedad más plural, más diversa y más inclusiva.
Telám