Hace 39 años el 2 de mayo de 1982 y en un ataque de las fuerzas inglesas a los Argentinos en pleno conflicto por la guerra de Malvinas, se hundía en la profundidad de mar el Buque ARA General Belgrano. Desde ese entonces en cada acto escolar podíamos escuchar el nombre de José Luis Peralta, a quienes todos mencionaban como nuestro héroe de guerra.
Sin embargo, hasta el viernes que logré reunirme con uno de sus hermanos, poco sabía sobre quien fue el chico de Benito Juárez, que aquel 2 de mayo perdía la vida.
Siempre me había ilusionado poder charlar con alguien para conocerlo más. Su familia, su padres y hermanos a lo largo de los años habían resuelto no dar entrevistas ni hablar públicamente de él. Pero esta vez, uno de ellos después de explicarle cuál era mi intención accedió a contarnos algo más.
Seguramente la inquietud venía de aquella época donde la curiosidad es más intensa, y ese algo que me decía desde hace tiempo que José Luis Peralta, era mucho mas que nuestro héroe. Fue hijo, hermano, amigo, alumno, compañero, vecino que compartió parte de la vida cotidiana de nuestro pueblo.
Llegué a la casa del «Cholo» a las cinco de la tarde y me esperaba inquieto, había preparado unos vasos con agua, unos bizcochos, y me invitó a sentarme en el living de su hogar. Lo primero que hizo fue mostrarme algunas fotos que había sacado ante mi pedido y hacer referencia a estas imágenes.
José Luis nació en el seno de una familia juarense compuesta por su mamá Sara Elba Raé y Luis Alfredo Peralta, el primero de los hijos en nacer fue Francisco, luego José Luis y para completar la familia nacieron tres varones más, Raúl Amadeo, Hugo Orlando y Fernando Mario.
Francisco recordó que era un hogar ruidoso pero organizado, «mamá nos enseñó a cocinar a todos, y también a lavarnos nuestra ropa íntima, me acuerdo que lo hacíamos en un fuentón de chapa grande, y con una tabla, todos aprendimos para ayudarla».
Eran tiempos difíciles y el padre de familia era quien traía el dinero a la casa, aunque quien administraba era su madre, ama de casa, quien también ponía los puntos a la hora de los límites «también hacíamos salvajadas, teníamos la onda, cruzábamos a jugar en frente de casa, había un pequeño potrero, plantas, nos gustaba mucho jugar a la pelota».
Entre charla y charla, y buscando en los recuerdos se le escapa una sonrisa, «mamá nos organizaba la comida toda la semana, y a veces se enojaba con la abuela paterna, la abuela Irma, porque nos invitaba a mirar televisión y nos hacía milanesas con papás fritas, eso nos gustaba mucho, a José también. Te cuento una anécdota, no podíamos dejar basurero, o sea todo lo que solemos dejar en el plato, mamá nos traía una cuchara para que nos comiéramos todo».
Un poco más grandes, aunque chicos aún, los mayores comenzaron a trabajar, «se que José trabajó en varios lugares, ayudó a papá en la carnicería, pero lo que más me acuerdo es de su tarea en la Sociedad Rural como repositor».
Antes de nuestro encuentro, los cuatro hermanos habían estado recordando anécdotas, y Hugo mencionó de su paso por el Club Alumni, «le gustaba mucho jugar al fútbol, era algo que compartimos todos, con papá y entre nosotros, también salíamos, íbamos al cine, íbamos a los asaltos pero mucho fútbol. Cuando papá comenzó a dirigir íbamos mucho a la cancha vieja de Villa Lumieri, jugábamos todos, tenía muchas condiciones para este deporte».
Entre anécdotas actuales y las de ayer quise saber como el carácter de José Luis, y sin dudarlo me respondió «rebelde, fíjate vos que el quiso irse a estudiar a la Escuela de Mecánica de la Armada, papá no me dejó ir a mi a la de aviación, pero el logró irse».
Con 17 años viajó a Buenos Aires porque quería inscribirse en la Escuela de Mecánica de la Armada, trajo los papeles de inscripción porque al ser menor de edad, debía estar autorizado por su padre, «papá firmó a regañadientes esos papeles, y mamá lloraba porque no quería que se fuera a capital».
Francisco lo acompañó en algunos actos durante este año y contó que lo veía feliz, que estaba haciendo lo que había elegido. A lo largo de estos meses le quedaron tres materias, y en la época no se permitía volver a rendirlas por lo cuál le dan la posibilidad de elegir un destino para ser soldado raso y elige la marina, en la ciudad de Punta Alta en la provincia de Buenos Aires, donde se encuentra la Base Naval Puerto Belgrano.
El hizo la colimba durante ese período, aunque en noviembre del año 1981 ya estaba en este lugar que había elegido para realizar una carrera militar.
Una semana antes de que el buque zarpara para sumarse al resto de las embarcaciones que fueron parte del conflicto bélico, estuvo en Benito Juárez «llegó un domingo acá, a finales de marzo del 82 unos días después de su cumpleaños y vino a despedirse, yo lo alcancé en la terminal, pude darle un abrazo, estaba contento, ellos salían por unas maniobras, nosotros no sabíamos que iban a la guerra».
Hubo muchos silencios en la conversación, quizá Francisco buscó resguardar tantos momentos íntimos que a lo largo de estos 39 años fueron conservados por la familia. Su padre no logró despedirse en aquella visita, no estaba en Juárez, y quedan estas cosas no vividas, hoy en el recuerdo de un hijo, «José nunca pensó que su vida iba a terminar ahí. Yo trabajaba en el estudio contable de Rogero, escuchábamos radio Colonia que siempre daba más información que las de Argentina, ese 2 de mayo me enteré por el informe que estaba escuchando».
Pasaron muchos días hasta que la familia supo que había sucedido realmente, «fueron momentos terribles, creo que recién el tiempo te da la certeza de que no va a volver». Muchos años después y por un informe de la BBC se enteraron que el juarense le había pedido a un compañero cambiarle el turno porque estaba cansado, y en el momento del primer ataque el se encontraba descansando en el sector de camarotes, lugar donde impactó el primero de los torpedos, seguido por un segundo que también dio en el blanco, mientras que el tercero falló.
Fueron 323 los hombres que fallecieron con el hundimiento del Gral. Belgrano, y uno de ellos fue nuestro vecino. Francisco mencionó que con el correr de los años, sus padres se separaron y hoy a lo lejos entiende que quizá fue el dolor de la pérdida que no pudieron superar como familia. También nos contó que su madre nunca quiso participar de ningún acto, que pocas veces fue al cementerio que lo hacía sola,que jamás quiso salir de Juárez a ningún homenaje de tantos que se realizaron a los héroes del Belgrano y que cree que siempre esperó que regresara.
Sus hermanos tal vez continuaron con este legado, el de proteger la memoria familiar como un tesoro enorme, el recuerdo vivo de José Luis en la intimidad de la familia, de los más cercanos, de aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo.
La charla se hizo larga y tuvo momentos de sonrisas, de voz entre cortada con lágrimas en los ojos, de un hermano mayor que aún le cuesta soltar los momentos mas íntimos, cuidando al joven que abrazó por última vez en la terminal de Juárez, sin pensar en ese instante que sería el último para estrecharlo contra su pecho, «yo se que el destino de cada uno de nosotros está marcado, pero es injusto que se haya truncado la vida de alguien con tanto por vivir».
Me fui de la casa de «Cholo» cuando ya había caído la noche, con una sensación extraña, de emociones mezcladas y con muchas cosas que me daban vueltas en la cabeza. Agradeciéndole claro, que me contara tantas cosas que nunca antes había querido compartir, sabiendo que a partir de ahora muchos más íbamos a conocer a su hermano, al hombre que muchos chicos escuchan mencionar en cada acto de Malvinas, al joven de cabello enrulado y con ojos color de mar, a su hermano, sangre de su sangre, a nuestro eterno héroe de Guerra José Luis Peralta.
Lorena Arlán