Télam consultó a mujeres especialistas en peronismo sobre el el debate en torno a sus acciones y su gestualidad política de «la abanderada de los humildes», marcadas por una constante exaltación de la figura de su líder y esposo, Juan Perón. La consagración del voto femenino en 1947 hizo que Evita pasara a la historia como la «artífice indiscutida de los derechos políticos de la mujer en la Argentina». Y, pese a haber conquistado una bandera feminista del siglo XX, sigue vigente en ciertos colectivos el debate en torno a sus acciones y su gestualidad política, marcadas por una constante exaltación de la figura de su líder y esposo, Juan Perón.
Así quedó manifestado en una serie de consultas que Télam realizó a mujeres especializadas en peronismo: Carolina Barry, docente de la Maestría Análisis Político de la Untref, y Laura Ehrlich, doctora en Historia, ambas investigadoras del Conicet; y la profesora Romina Martínez, del Instituto de Investigaciones Históricas Eva Perón y Museo Evita, que conduce Aída Ocaranza.
«Eva cumplió una de las metas más importantes de la agenda feminista de esa época: la consecución de los derechos políticos de la mujer. Y si bien no fue la principal luchadora del voto femenino -porque esa pelea se había iniciado a fines del siglo XIX-, ella realiza el último acto que consagra la ley de voto», explicó Carolina Barry.
Pero, mucho antes de eso, quizá el punto de partida de su empoderamiento político estuvo dado cuando Evita «desafió el rol decorativo asignado a la primera dama» y se erigió como «figura imprescindible, junto a Perón, del poder gubernamental», analizó Ehrilch.
Su «liderazgo» motorizó «un giro respecto de la condición femenina» en la Argentina: «movilizó a las mujeres del peronismo y fue una referente del movimiento obrero, con todo lo que ello implica para una joven en aquella época», evaluó Martínez. Con la aclaración de que su figura «no puede ser juzgada con los cánones actuales del feminismo«, Barry recomendó «situar a Eva en su justo tiempo, entre los `40 y los muy tempranos `50», época en la que era muy diferente la concepción sobre el rol de la mujer en la sociedad con respecto a la de hoy.
Incluso, el feminismo de entonces era «un fenómeno acotado, de mujeres de clases medias urbanas, por lo general letradas», con «muy poca proyección o derrame», a diferencia de los «feminismos de hoy», plurales y heterogéneos, graficó Martínez.
Con todo, «Eva cumplió con uno de los aspectos feministas/sufragistas de la época», señaló Barry sobre la artífice de que -tras las elecciones de 1951 y 1953- la composición del Congreso Nacional exhibiera un 30% de mujeres, algo que no se repitió hasta fines de los `90, con la aplicación de la Ley de cupo.
La creación de la Escuela de Enfermería 7 de Mayo, en 1948, y un año después, del Partido Peronista Femenino fueron pasos definitivos en un camino que llevó a Evita a redefinir el papel tradicional de la mujer de mediados del siglo XX.
Convocar a las mujeres a la acción política directa con su participación en actos, actividades partidarias y campañas fueron hechos gravitantes, tanto para el cambio de ese rol social, como para el propio liderazgo de Evita.
De hecho, las primeras unidades básicas femeninas se constituyeron en las casas de las subdelegadas y eso también significó «algo muy novedoso que rompió los cánones de la época: la mamá cediendo una parte de su casa para la actividad política», explicó Barry.
«Yo las había conocido como colaboradoras mías infatigables en la ayuda social, como fervientes peronistas en todas las horas, como fanáticas de la causa de Perón. Tenía que exigirles grandes sacrificios: abandonar el hogar, el trabajo, dejar prácticamente una vida para empezar otra distinta, intensa y dura», admitió Evita en 1949, al encabezar en el porteño Teatro Cervantes la primera Asamblea Nacional del Partido Peronista Femenino.
Según los registros históricos, en apenas 6 meses, las delegadas inauguraron 6.000 unidades básicas, desde Jujuy hasta Tierra del Fuego.
«Transformó para siempre los límites de la acción política femenina en Argentina», opinó Ehrilch, pero además le asignó a las mujeres un lugar prioritario en una «amplia gama de políticas públicas», como los hogares de tránsito para situaciones de vulnerabilidad social, uno de los cuales, por ejemplo, es hoy sede del Museo Evita, en el barrio porteño de Palermo, indicó Martínez.
Otro hecho sin precedentes, que «trastocó el rol tradicional de la mujer» de esa época, fue haberles dado «entrenamiento cuasi militar» a las flamantes enfermeras profesionales. «Debían aprender a manejar motos, autos o jeeps y realizar acciones en contexto de guerra o de alteración del orden público», recordó Barry.
Sin embargo e incluso habiendo sido inspiración para muchas mujeres, 70 años después de su muerte perdura cierta resistencia de algunos feminismos a considerarla un ícono en la lucha de los derechos de género.
Como ocurre con las figuras que trascienden convenciones y límites, quizá el equívoco esté en intentar rotular a Evita sin contextos o matices, en una línea de «tiempo político» increíblemente breve entre 1946 y 1952.
«Fue un eslabón clave en las luchas feministas, aunque su ideología no tuviera nada que ver con lo que se entendía por feminismo entonces ni lo que entendemos hoy«, expresó Ehrlich, para quien su llamado a las mujeres a participar en política «estuvo más orientado a fortalecer el partido peronista que a propiciar un movimiento autónomo de las mujeres».
En sus discursos, Eva se refería a sus propias acciones, a su propio «hacer» de una manera que siempre parecía «inspirado, subordinado y tributario de la figura de Perón», analizó Ehrlich, aun cuando persisten los interrogantes sobre «cuánto eran ideas genuinas de ella sobre el papel que le correspondía y cuánto era una manera oblicua de hacerse un lugar y hacerse escuchar».
«Causó resistencia esta insistencia de Eva de reverenciar una figura masculina, como es la de su marido, presidente y líder popular», afirmó Barry. Aunque también consideró probable que los feminismos de entonces -especialmente las socialistas- se hayan fastidiado con el hecho de que les «robó una de las banderas por las que luchaban y presionaban al Estado».
A esto se sumó la caracterización de las feministas en la histórica proclama autobiográfica «La razón de mi vida», firmada por Evita.
«¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres más preparadas que yo habían fracasado rotundamente? ¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas? Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un puesto así…», es uno de los fragmentos de esa publicación.
Las «reverencias» a Perón son una constante, incluso en el segmento dedicado a las feministas: «Un día el General me dio la explicación que yo necesitaba: ‘¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres'».
Se trata, sin embargo, de «un libro intervenido, no sólo por un autor masculino, sino después por otras voces masculinas que se suman y si bien Eva lo firma, no sabemos hasta qué punto es ella la que afirma o no ese tipo de frases», alertó Barry.
Es bien conocido que, desde sus primeras incursiones en política, como figura pública y mujer de Perón, Evita recibió numerosos agravios, incluso de propios partidarios y partidarias de la causa peronista, pero sobre todo de sectores privilegiados de la Argentina. Después de su muerte, el punto máximo de esa violencia quedó plasmado en el secuestro -durante 16 años- de su cuerpo embalsamado.
Resulta «muy difícil soslayar o abstraer la dimensión machista de toda crítica que tenga como blanco a una mujer política» y, en ese marco, Evita fue cuestionada «por la alta figuración pública que ostentó como mujer y primera dama y por la acumulación de poder en su persona, ambas cuestiones disruptivas de los roles de género socialmente aceptados», argumentó Ehrlich.
«La violencia que se ejerció y se ejerce sobre aspectos de la vida de Eva, poniendo en duda sus virtudes morales, tiene que ver con la violencia que se dirige hacia ‘la mujer’ que hace política», aunque el de ella «es un caso muy fuerte», sostuvo Barry.
El martes próximo, 26, se cumplen 70 años de su muerte y, a pesar de las polémicas que persisten y el poder de fuego de sus más duros detractores, el vínculo entre la figura de Evita y las militancias parece intacto.
«Basta con acercarse a cualquier marcha de mujeres para ver cómo Eva es un ícono de la lucha en el presente; su capacidad transgresora hizo que fuera tomada así y que se encauzara su figura en una historia feminista de larga data», reflexionó Martínez.