La salida -olajá hasta luego- de Bolívar Voley duele. Sí, duele. Como también duele en qué se ha convertido la Liga. Ver la liga hoy es ver algo parecido a una casa que se la pasó poniendo machimbre para tapar la humedad de las paredes. Una vez que se cae el machimbre, la humedad te mira a los ojos y te recuerda que solo disfrazaste el problema. No lo solucionaste.
El vóley se ha tragado, deglutido, en su habitual implosión cíclica a otro inversor. Y se dibuja en varios rostros conocedores de la historia una mueca socarrona, de esas que surgen cuando adivinaste el final. El vóley argento no evolucionó. Del 2000 para acá creció a pesar de sí mismo. Y sólo la persistencia e insistencia de Tinelli le permitió maquillar su mediocridad natural. Y lo digo con dolor. Porque duele.
Repasemos: la historia de Tinelli con el vóley se remonta unos años antes a la creación de Bolívar como «la capital del vóley». Cuentan que con Milinkovic y Weber como figuras de la Selección, el ex conductor de Video Match se acercó a Mario Goijman para ver qué podía aportar y el ex presidente de la FAV lo espantó con condiciones que a nadie le había pedido antes. Plata, entre otras cosas. Le quiso vender un producto que valía 10 en 100, con el viejo lema de «este tiene plata» tan lamentable como arraigado a gran parte de la dirigencia de nuestro amado deporte.
Luego vino el fenómeno de Rojas, el Mundial y la plaza de la UBA que se cayó; sumado a un combo emotivo que provocó que Tinelli buscara hacer un proyecto para su pueblo natal. Y para ganar. Siempre para ganar. ¿Por qué no? Es un animal competitivo, en la TV y en todos los ámbitos. Le dijeron de todo: que rompía el mercado, que iba a desnaturalizar la liga, que era una golondrina, que debía presentar lo que a otros no se les exigía: un proyecto deportivo con inferiores y todo. Les tapó la boca. Recuerdo a Conte, paradito en un pasillo de la productora de la calle Olleros, en la presentación de aquel equipo de Castellani que luego le ganó la final, dudar. Tinelli es el empresario que más invirtió y que generó para su club y para la Liga el proyecto más consistente y exitoso que se haya conocido. Y lo digo sin ser parcial.
Pero pronto se dio cuenta de la mediocridad de los dirigentes: se opusieron a que participara de la Liga Bonaerense, se opusieron cuando inscribió a las inferiores -poniendo la logística necesaria- en la Metro; se opusieron cuando salía campeón. Pero aplaudieron cuando aparecían los sponsors, le entregaron la llave de la ACLAV al ver el desfile de famosos en las canchas, el plan de marketing eficaz que puso al vóley en un lugar que no había tenido antes. Lo miraron de reojo cuando volvió a poner a nuestros clubes en el escenario internacional. Y lo hizo con Bolívar, claro, invirtiendo en giras locas por Europa, organizando hasta mundialitos con los brasileños que antes no le atendían el teléfono a los dirigentes locales. Y les ganó. A los brasileños y a los opositores.
Aparecieron otros empresarios (Bellocopit, por ejemplo) y políticos que vieron en la repentina popularidad del vóley una plataforma electoral, todos incentivados en competir. Recuerdo la presentación en el Ruca Ché de una de las primeras franquicias «políticas»: Gigantes del Sur. Después vino Chubut, Formosa y tantos otros. Aún así, los dirigentes resistían su presencia e influencia.
Con un pie en la ACLAV se buscó crear una política de derrame que subiera la vara del vóley argentino. Y lejos de aprovechar esto como un trampolín para profesionalizar la gestión y consolidar a las plazas con proyectos perdurables, el vóley se acurrucó bajo el brazo del padre protector del momento. Luego vino el corte de mangas a Tinelli y la lamentable «entrega» a Taiariol, que llegó a gestionar 5 equipos de liga. Los puristas se escondían porque no podían sostener los valores que tanto le recriminaron al anterior «dueño» del vóley. Ya no hablaban. Hasta que a WGS se le ocurrió irse y a uno se le ocurrió usar el Google y acusar con el dedo a un empresario supuestamente vinculado con la venta de armas.
El proyecto de Bolívar seguía adelante, en medio de todo este contexto que no acompañaba: nutriendo con jugadores del Plan de Talentos a otros equipos y a la Selección; creando un centro de alto rendimiento (el Complejo Domeño) y viajando por el mundo llevando la marca argentina del vóley. Con Weber y su vara «más alta» que había dejado afuera hasta gente muy conocedora del tema como Carlos Siffredi.
La visibilidad de este deporte poco masivo había roto todos los récords propios: incluso con acuerdos televisivos con la TV Pública -gracias a la política también- y las tradicionales señales deportivas de cable.
Una vez más, la Liga discutió el reparto del queso. En vez de pensar en cómo reproducirlo. Con una actitud parasitaria se fueron comiendo a todos los proyectos en vez de buscar imitarlos y sostenerlos. Aprender y aprehender de las mejores prácticas empresariales y marketineras. Fue inútil.
Con Weber como bastión, Tinelli fue por más. Se metió en la Selección, más de una década después de aquella ridícula contrapropuesta de Goijman. Mientras tanto, habían mejores extranjeros y más equipos en la Liga. Pibes nuevos que ya no eran del Plan de talentos sino de otras canteras.
Y después, la debacle. Una caída estrepitosa del nivel de la liga, sostenidos por algunos proyectos como Lomas o UPCN que prometían quedarse para siempre y que motivaron que Bolívar siga buscando competir. Motivación para un animal competitivo. ¡Giba pisó nuestras canchas! Costó, pero se le quitó la corona al pope de turno sanjuanino que supo hacer lo que otros no: consolidarse y copiar lo mejor de Bolívar. Cada año, se pensaba en una final cantada, pero también en un final incierto. Y aparecieron otros proyectos, como Ciudad que se le animó a todos con un Ferraro brillante que apostó por los pibes.
En los últimos años, bajó la espuma. Se buscó con la A2 generar un incentivo para subir pero hubo temporadas donde costaba juntar 10 para competir. Deudas que generaron que los jugadores se unan. Algunos aciertos, pocos. Insuficientes.
Desde que pisé una cancha de vóley siempre la excusa de que no fuera popular son las mismas: no hay plata, la Selección no gana nada significativo o con la crisis actual es imposible. Lo cierto es que si eso no cambió (es debatible) en 20 años los genios del escritorio debieron hacer algo. Mi vieja siempre decía: siempre hubo crisis pero el mundo sigue girando, está científicamente comprobado. La partida de Tinelli desnuda la inoperancia.
Pasaron pocos días desde que Tinelli dijo hasta luego. Pero el vóley argentino debe dejar de verse al ombligo y repasar su historia para no repetir ni fórmulas ni errores. Sería un pésimo precedente que alguien que condujo un proyecto «golondrina» de 18 años diga «Chau Chau Chauuuuu».
Fuente: Facebook Matías Rosa
(*) Matías Rosa, ex jefe de prensa del Club Ciudad de Bolívar. Trabajó 13 años en la productora de Tinelli, el Diario Crónica, y el Grupo Indalo. Docente de periodismo, actualmente vive en Ramallo, pero se declara bolivarense.
Foto: Vóley Plus