Nunca pensé que podía sentir eso. Pero anoche, mientras veía el partido en el Allianz Parque de San Pablo en el living de mi casa, quería que River empatara. Que hiciera ese tercer gol para igualar la serie que en rigor ya había hecho Montiel y luego lo anuló el VAR. O el que podía llegar por ese penal a Suárez, rectificado también a partir de ese sistema que trastocó todos los consensos futboleros.
River siempre me cayó mal. La mayoría de mis amigos de la infancia eran del River de los noventa, casi el antagonismo de mi Racing, el grande derrotado que transitaba su peor época. Casi siempre me fui triste cuando visitaba el Monumental. Su hinchada me parecía exitista y fría, de las que solo alientan en las buenas y se borran en las malas (el descenso de 2011 creó que cambió esa percepción). River era el paradigma de poder y suntuosidad, el club que había sido beneficiado por la dictadura, al que siempre favorecían los árbitros, el menemismo y la AFA. Creo que ese sentimiento se extendía a casi todos los demás clubes que no eran River.
Pero este River de Gallardo cambió la historia.
No sé si hay una disputa por el sentido o una batalla cultural para dar en el fútbol, pero si existiera, creo que a este River hay que atribuirle algo: modificó muchos de los sentimientos que genera esa camiseta para quienes no somos hinchas de ese club. Incluso para a quienes siempre nos cayó mal River.
La combinación de juego, estilo y garra, el sentido de pertenencia, la mística e identidad sostenida a lo largo de todos estos años, incluso cierta falsedad a la hora de declarar de su técnico, genera la empatía que en más de 100 años no había podido generar ese club con el afuera.
Es tan fuerte lo que genera el River de Gallardo que anoche puso a la empatía, a la identidad y al juego por delante del resultado obtenido. Porque en el Allianz Parque de San Pablo, ante Palmeiras, River quedó eliminado de la Libertadores. ¿Pero acaso a alguien le quedará ese recuerdo? Probablemente no.
Quedará la embestida casi guerrera de su equipo ante los brasileños, la actitud combinada con la técnica y la incidencia del VAR, que determinó que Palmeiras llegara a la final. También ese sentimiento de injusticia de que perdió el mejor. En definitiva, eso ya no importaba. Porque lo que queda siempre es el recuerdo. Y, dentro de algunos años, en el recuerdo quedará que ganó River.
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