Treinta y ocho años nos separan de un acontecimiento que, pese a la distancia que tiene en el tiempo, sigue destilando realidades, arraigadas profundamente en nuestra vida lugareña. Aquellos años transitados por el Padre Osvaldo Catena entre nosotros han quedado vigentes desde las improntas que fue poniendo en cada una de sus intervenciones. Huellas muy marcadas y entrañables, más allá de lo anecdótico.
Seguramente que en este nuevo aniversario de su muerte volveremos a recorrer desde los repliegues de la memoria, los mismos espacios, los mismos mensajes, los mismos sentimientos de entonces. Todo se ha dicho ya del Padre Osvaldo. Pero quizá, por la inagotable necesidad de inquirir en esa supervivencia que trasunta cada persona y cada suceso, volvemos a abrir los recuerdos que procuran misteriosamente acercarnos su figura.
Siempre he considerado que Osvaldo no rompió los moldes de la evangelización sino que, por el contrario, les dio una dinámica y comprensión genuina, plena de alegría, maravillosa. Algo así, como lo expresara el Papa Francisco en su Encíclica, “El gozo del Evangelio”, “…podemos convertir las enseñanzas de la Iglesia en algo fácilmente comprendido y felizmente valorado por todos. La fe conserva siempre un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión. Hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos. Por ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierta la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio”( v.42). Precisamente, las actitudes que desplegó el padre Catena para motivar en cada uno, más allá del conjunto de lo religioso, la presencia rutilante de la fe, simple, traslúcida, convivencial.
Sus caminos fueron transitables, campechanos, abiertos,“…adquirió la mirada, los sentimientos, los pensamientos, el criterio y la mentalidad de Cristo. Comprendió que el camino al cielo, era la tierra. Fue un sacerdote unido a todos los pobres, sus hermanos, de todos los tiempos y de todos los lugares, formando con ellos una respuesta de amor a Dios”…”para comprenderlos se familiarizó con su lengua, su mentalidad y su modo de vivir…”
El talismán alegre y cautivamente de su música, el persistente mensaje de que cada uno tiene un destino de grandeza y la confianza que trasmitía desde su entrega como “hermano de todos” lo volvió un verdadero maestro espiritual. “Tenía el rarísimo don de descubrir en cada uno su faceta positiva y asombrarse por ello, alentando al destinatario de su premonición, a ser fecundo y creativo”, nos contará en sus escritos el Padre Mamerto Menapace, después de haberlo conocido allá en su barrio, El Triangulo, en las afueras de Santa Fe, “colocando bolsas de arena junto a la gente para evitar la inundación del Salado”.
En aquel, ya lejano en la crónica, 29 de noviembre de 1986, cuando el día apenas amanecía, se fue sin estridencias, sereno, convencido como desde siempre, que él solamente había sido un puente, un vínculo del Amor que había ardido incansablemente en su corazón. El Padre Catena seguirá permaneciendo en el sentimiento de muchos como una vivencia inagotable, sin tiempo, sin final.
(Material consultado, “Padre Osvaldo Catena, el pueblo escribe su historia”,- Fundación Padre O. CaTena y Narraciones de Pbro. Mamerto Menapace)