El jueves 7 de enero, sobre las 11 de la mañana, empezaron a caer los primeros copos. Y aunque todos, en Madrid, esperábamos ansiosos que llegara la anunciada nevada, nunca imaginamos que iba a ser tan monumental.
Algunos dicen que desde 1970 no se había registrado una nevada tan impresionante. Yo recuerdo que en enero de 2009 nevó bastante pero nunca como ahora.
Los pequeños copos que desde el jueves no dejaron de caer, se fueron transformando en sombras blancas y el barrio se convirtió en una postal de cuento, en la que niños y mayores hacían muñecos de nieve y se divertían jugando a las guerras de bolas.
Para hacerlo más pintoresco, se añadieron los paseos en trineo y el ingenio de quienes bajaban de sus casas con los esquíes para aprovechar las cuestas ahora convertidas en improvisadas pistas de esquí. Y el silencio, porque de repente la ciudad se quedó callada y no hubo bocinas, ni frenadas, ni motores, ni gentío.
Esta colorida postal de invierno es una de las dos caras de la moneda, pero hay que ver la otra: la de la ciudad paralizada. El aeropuerto de Barajas está cerrado y además no funcionan los trenes ni los autobuses. Solo vemos pasar las máquinas quitanieves por algunas avenidas. Los supermercados están cerrados pues no reciben mercancías al no tener acceso los camiones. Las ambulancias no llegan a recoger a los enfermos (hasta nacieron dos bebés en el coche de camino al hospital). Y además hay 680 carreteras afectadas en toda España.
Parece que el temporal Filomena no solo ha traído este espectáculo de nieve y viento a Madrid, pues se espera para los próximos días, un descenso en las temperaturas que llegarán a los -12 grados en la capital de España.
Es un espectáculo mágico el ver caer los copos detrás de los cristales y admirar esa metamorfosis de la ciudad convertida en manto blanco. ¿Por qué semejante regalo de la naturaleza? ¿O no es un regalo sino un aviso?
Aquí se repite sin cesar un dicho del refranero popular español, “año de nieves, año de bienes” y espero que realmente lo sea para todos.