Sí, leíste bien, más de medio año que estamos inmersos en esta palabra que nos hemos familiarizado tanto. Donde en un principio algunos pensábamos de forma ilusoria que se trataba de estar encerrados solo 14 días, otros 40, y al final fueron 200, y seguiremos sumando.
200 días que nos vemos obligados a restringir nuestra libertad y que somos nuestro propio juez acerca de los actos que decidimos emplear para no perjudicarnos ni perjudicar al resto.
200 días que hemos alimentado aún más el uso tecnológico a la hora de interactuar con nuestros pares y profundizamos el distanciamiento que la misma ya nos generaba antes del confinamiento.
200 días que conocimos un amiguito que, como a muchas cosas nuevas, al principio nos costó adaptarnos, pero que con el correr del tiempo se nos presentó como algo inseparable e indispensable. Al salir de nuestro hogar, podes estar sin celular, dejar las llaves adentro, haberte olvidado alguna perilla del gas abierta pero nunca tu fiel aliado, el barbijo.
200 días en los que el virus obligó a dar un freno al sistema que muchas veces obra de perverso y nos invitó a repensarnos en nuestros accionares cotidianos y reflexionar sobre tantos temas: De algo que teníamos inconcluso en nuestras vidas, algún proyecto nuevo, de cómo relacionarnos con el mundo, de nuestros vínculos, de lo que somos y podemos ser, de los lugares que habitamos y que tanto extrañamos, y de las nuevas actividades que decidimos o nos vimos obligados a hacer.
200 días en los que vamos aprendiendo algo que nos llevaremos para toda la vida, y es que, condición en la que estemos, todos somos iguales y sin salud no somos nada, que en un momento a otro todo puede cambiar y nos podemos quedar sin todas esas cosas tan gratificantes que hoy tanto extrañamos y que disfrutaremos, seguramente, aún más cuando las volvamos a tener.
Costará dejar atrás a ese amigo que tantas vidas ha salvado, y tomaremos el valor de poder dar un abrazo a nuestros seres queridos sin la desconfianza de hacerle mal, podremos retornar a los lugares que nos hacen feliz, planificar un viaje, agruparnos con nuestros amigos, y para todo eso debemos afrontar un nuevo desafío que es superar esta normalidad, y estaremos preparados.
Y ustedes me preguntarán: ¿Por qué debemos estar felices? Principalmente porque no nos queda otra, debemos estar fuerte para lo que estamos atravesando. También porque, por suerte, han pasado 200 días y ya hemos pasado el impacto y la magnitud de lo que esto significa. Y fundamentalmente sobre algo de lo que debemos estar seguros es que peor que esto no vamos estar: Además de los desastres socioeconómicos y culturales, ¿Qué puede ser peor que luchar contra un enemigo invisible que la única garantía que nos da es no acercarnos a los que más queremos y no hacer lo que más nos gusta?
Abrazo Virtual
*Alán Mastrangelo es Periodista Deportivo, Prof. de Comunicación Social y Lic. en Comunicación Social