Existen personajes en la historia que necesitan de una descripción amplia para reconocerlos en el transcurso de los hechos o para ubicarlos entre otros, cuyos perfiles o realizaciones pueden confundirse entre muchas figuras e identidades. Otros se deducen a través de circunstancias de su vida. Algunos otros, conforman una pléyade de nombres, cuyos méritos conforman un amplio pergamino de recuerdos. Pero, no muchos establecen parámetros y prototipos especiales, esencias y símbolos, que se vuelven eternos en la memoria colectiva, paradigmas imborrables que perduran por sobre
los cuestionamientos.
Estas figuras, constituyen ese conjunto ungido por la Historia, para trazar acontecimientos transformadores, irrepetibles, únicos. Son aquellos que en el devenir histórico hicieron una época, que son referencias incuestionables de los sucesos. Son aquellos que al nombrarlos, el buscador de las cronologías vibra y se ilumina al abrir la página adecuada del historial, para que todas las manifestaciones de la memoria humana logren revelaciones destacadas, y transcurran de lo mítico a lo glorioso, de lo seductor a lo emblemático, unificando amores y aversiones, a través de esa intrincada travesía que realizan los sentimientos en la infatigable búsqueda de lo heroico, lo trascendente o lo sublime, para proyectarse e identificarse con los valores que se materializan en el actuar de esos protagonistas que logran la altura de lo admirable.
Escribía hace ya varios años el periodista Osvaldo Pepe (Clarín, 28/8/2005), refiriéndose a Evita , “Con ella la Argentina asomó a una nueva era. La pasión se metió en las entrañas de la racionalidad del poder, hasta entonces un ejercicio burocrático de élites civiles y militares, tierra vedada a las mujeres y hostil a las demandas de las mayorías sumergidas”.
“Ella conocía las humillaciones de la pobreza como nadie”, y continua, citando una frase de ella, “todo en la vida de los humildes es melodrama. Melodrama cursi, barato y ridículo para los hombres mediocres y egoístas. Porque los pobres no inventan el dolor, ellos lo aguantan”, dijo alguna vez para acallar a quienes denostaban su paso efímero por el mundo actoral con altanero desdén”. Y más adelante, el mismo Osvaldo Pepe, expresa una radiográfica visceral de Eva Perón diciendo,“Evita era fanática hasta las fronteras sin retorno de la intolerancia”. Tal cual, sólo la muerte la detuvo.
UNA Y MUCHAS A LA VEZ
En una de sus reflexiones de años atrás, la politóloga Liliana De Riz , investigadora del Conicet, decía, “a las 20 y 25 la señora Eva Perón entró en la inmortalidad, el comunicado de la radio inundó mi casa de pesadumbre. Intuí que algo terminaba cuando mi padre anunció que vendrían tiempos difíciles. Un improvisado altar, con fotos de “la abanderada de los humildes”, convirtió la calle de mi casa en lugar de peregrinaje de los vecinos. Muchos, llorando con la emoción que ella había sabido despertar en sus corazones. Aquel 26 de julio Eva logró ser una y muchas a la vez en la memoria de todos”. Y concluye aquel extenso recordatorio expresando, “mientras la sociedad argentina se agite en la superficie sin cambiar las aguas profundas de la política, Eva Perón resistirá el paso del tiempo convertida en todas las caras de un mismo mito”.
Evita fue más allá del límite que ejerce el mito, porque precisamente no se quedó en la superficie y su obra se desarrolló en las aguas profundas, en las entrañas de lo social, donde la realidad es de carne y huesos, donde el hambre, el frío, la necesidad y el sentimiento tienen historicidad y la estadística se mide en rostros con nombre.
El caminar y el recorrido de las generaciones ha logrado que Evita permanezca, sea un tiempo y una historia, exista en ese espacio insustituible del corazón, donde anidan y se entrelazan los sentimientos, donde los mensajes se atemperan y nos reconocemos como iguales, donde las diferencias encuentran la oportunidad de mostrarse sólo como distintos rostros y no como espectros de la inclemencia, donde somos capaces de zambullirnos en las decisiones más temerarias, donde el antes, el después y el ahora pueden convivir y reconocerse como eslabones inseparables de lo que
somos.
Así es que, en ese coloquio de pasión, sentimiento e ideología, sigue vigente en la universalidad del afecto popular aquel augurio metafórico de los versos del escritor José María Castiñeira de Dios, “aunque la muerte me tiene presa entre sus cerrazones, yo volveré de la muerte. Volveré y seré millones”: porque su misión es perdurable.