Aunque septiembre tiene tres fechas alegóricasal ámbito del estudio -Día del Maestro (el 11), Día del profesor (el 17) y Día del Estudiante (mañana, 21)- venimos naturalizando algo gravísimo que silenciosamente produce todo tipo de estragos y cuya profundización en poco tiempo producirá daños irreversibles: se trata de la ausencia de algún tipo de educación presencial que ya, a esta altura del año, sería meramente simbólico, pero no por eso menos importante. En medio de tantas malas noticias, reencuentros aunque sean breves entre compañeros y docentes producirían una necesaria brisa de esperanza que nos daríamos como sociedad y hasta un buen augurio para que el ciclo lectivo de 2021 pueda desarrollarse con algún grado de normalidad.
Desde agosto último, la falta de acuerdo sobre este tema viene siendo escenario de otra pulseada entre el gobierno nacional y porteño, en este caso más asordinada que la puja por la coparticipación, pero no menos preocupante. Desde entonces se elevan a la administración nacional distintas ideas para favorecer cruces en el mundo real entre docentes y alumnos, sin registrarse avance alguno. Cierto es que en la cerrazón oficial influye, de manera terminante, la intransigente postura de CTERA, el gremio docente, cuya ostensible identificación ideológica el oficialismo central teme perturbar.
Mañana, autoridades nacionales y porteñas del campo de la salud y de la educación volverán a reunirse para decidir si será posible algún tipo de reencuentro al aire libre antes del fin formal de las clases, entre alumnos y maestros. El gremio agita en las redes sociales el hashtag #lasplazasnosonescuelas y se mantiene firme en su negativa de acceder a ninguna reunión presencial. En cambio se aferra a la educación a distancia, aunque al mismo tiempo reclama su «derecho a la desconexión».
Cuando se ingresa al sitio en Internet de CTERA solo se encuentran noticias sobre la «sobrecarga laboral», el tema paritario y la «falta de cobertura de cargos y horas suplentes en los distintos niveles y modalidades». Soluciones y alternativas al total parate educativo presencial, ninguna. «Es un tema complejo y queremos abordarlo bien», indican, aunque no especifican plazos para resolverlo. Mientras tanto, el irregular ciclo lectivo 2020 se va extinguiendo sin pena ni gloria.
Se ha hablado mucho en estos días de favorecer la igualdad de oportunidades en sectores de la población más castigados por todo tipo de carencias. A los 6500 chicos humildes y con problemas de conectividad para seguir la educación a distancia que viven en la ciudad de Buenos Aires apuntaba en principio el gobierno porteño con un plan de apoyo presencial en grupos y horarios reducidos en algunas escuelas, con los debidos cuidados sanitarios. Por supuesto, a las puertas de octubre, ya nadie habla de retomar las clases normalmente. Es casi un gesto. Pero un gesto muy importante de que no todo está perdido.
Gobierno nacional y sindicato mancomunados persisten en el rechazo de cualquier iniciativa de ese tenor y creen que todo se soluciona solo con proveer de conexión y computadoras a los que no las tienen. Una postura elitista y reduccionista. La educación no es únicamente embutir conocimientos, que con el tiempo se pueden recuperar. Lo que se pierde para siempre en cada edad es lo más sustancial: el relacionamiento social, el ejercicio de la autoridad y la obediencia, la rutina presencial de quehaceres. Esto que resulta vital para chicos de cualquier clase social se vuelve del todo crucial para los que viven en peores
condiciones. Sin escuela, sin club, sin iglesia, aislados y hacinados, con padres acuciados por ganarse el pan de cada día, quedan a la intemperie desde todo punto de vista, a tiro de ser iniciados por los peores caminos. ¿Nadie está viendo eso?
La total falta de contacto entre chicos y maestros ya no es un problema estricto de una clase social determinada. Tanto alumnos, como docentes y adultos a cargo en cada casa, con seis meses de cuarentena encima, manifiestan una comprensible fatiga por la atención virtual, que se trasunta en desgano y en un progresivo abandono de la rutina a distancia.
Además de los 6500 chicos mencionados, el Ministerio de Educación porteño ha detectado otros tres grupos vulnerables que atraviesan por igual de las familias más modestas a las más opulentas: 1) los chiquitos de primer grado, que para aprender y a escribir necesitan mayor apoyatura humana y relacionamiento personal con sus pares; 2) quienes cursan quinto año y se despiden del secundario sin poder ver a sus compañeros ni intercambiar ideas más fluidamente sobre sus planes de carrera posterior; y 3) los adultos que llevan adelante cursos de formación profesional en oficios y están impedidos
de dar los exámenes que los habiliten.
Fue una desgraciada paradoja que Alberto Fernández se embarullara trastocando el concepto de «mérito», tan luego en la mismísima provincia que vio nacer a Domingo Faustino Sarmiento. «Lo que nos hace crecer -dijo días atrás el Presidente en San Juan- no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años.». Mario Negri, el titular del interbloque de Juntos por el Cambio en la Cámara de Diputados, lo confrontó desde las redes sociales. «No hay progreso sin la idea de mérito», dijo y, c!aro, mencionó al padre de la educación argentina.
Decía Sarmiento en 1849: «La concurrencia de los chicos a la escuela trae el efecto moralizador de absorber una parte del tiempo, que sin ella sería disipado en la ociosidad y en abandono; habituar al espíritu a la idea de un deber regular, continuo, le proporciona hábitos de regularidad en sus operaciones; añadir una autoridad más a la paterna y la ocasión de estrechar relaciones de simpatía, echa sin sentirlo los primeros rudimentos de moralidad y sociabilidad, tan necesarios para prepararlos a las obligaciones y deberes de la vida de adultos». Que nada de esto haya sucedido en 2020 traerá inevitables
consecuencias.
«No digo semejante imbecilidad», se juzgó duramente días después Fernández al desdecirse de lo que sí había dicho, pero acto seguido volvió al punto de partida: «No creo en la meritocracia».
Definición de «meritocracia», según el Diccionario de la Real Academia Española: «Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales.»
Una vez más, los autodenominados progresistas de este país malversan términos y con esa confusión implementan políticas de Estado que terminan siendo ruinosas para la Argentina. Así sucedió (y aún sucede) cuando piensan que las palabras «represión» y «orden» son sinónimos equivalentes, temiendo caer en los excesos criminales de la última dictadura militar. Así, el «orden» como principio básico de convivencia en cualquier sociedad civilizada sigue siendo de complicada implementación en nuestro país por aquel trauma mal elaborado y aún pendiente.
En los últimos años se ha agregado una nueva y nefasta confusión: intentar pervertir el significado imprescindible de la palabra «mérito» y atribuirle a ella la culpa de la muy reprobable ausencia de igualdad de oportunidades para todos los argentinos. Igualdad de oportunidades que no implica que todos reciban lo mismo, sino que el Estado y la sociedad deben realizar mayores esfuerzos por poner a los que sufren carencias en un pie de igualdad con los que están en posición más holgada. Pero a partir de ese plano de equidad, el mérito establecerá justas diferencias:
aquel que se esfuerza más y mejor, sea pobre o rico, se labrará un destino más sólido. Si el mérito no cuenta, se habrá cumplido finalmente la profecía discepoliana de que «todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor».
Y es la escuela -en funcionamiento, normal o en emergencia- la que construye la noción del mérito en cada alumno. Sarmiento, que la tenía clara, dijo que «un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos; pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el
tiempo a formar la nación, hayan por la educación recibida en su infancia, preparádose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados».
Sarmiento sigue demostrando ser más moderno que muchos de los gobernantes actuales.