En el libro de la Biblia, Eclesiastés (Ecl. 3, 1-8), pasaje bíblico que luego fuese musicalizado como “Libros sapienciales” por el grupo Vox Dei, se hace referencia a la importancia del tiempo como parte constitutiva de nuestras vidas. Todo se mide en tiempos o momentos: “hay tiempo de matar, y su tiempo de sanar; tiempo de llorar y su tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de buscar y un tiempo de perder (..)”.
Siempre hay un momento en los que dejo algo para descubrir otra cosa. Ese “dejar”, necesariamente, implica una separación. Y esa separación nos lleva al crecimiento. En esa dinámica “de vivir”, como afirma Arnaldo Pangrazzi, “relación y separación se buscan, como puntas de un mismo cordel”.
Si pudiésemos mirar nuestro recorrido de vida, comprobaríamos que estamos marcados por las pérdidas, que necesariamente nos muestra lo provisorio y frágil que son los vínculos y toda la vida en sí.
A veces, algunas pérdidas pueden pasar inadvertidas; otras dejan heridas muy profundas, heridas que duran toda la vida. Crecer está relacionado con la capacidad que tiene cada uno de construir a partir de lo que vamos perdiendo.
Dentro de las pérdidas más significativas, de esas que “nos preparan para afrontar las grandes separaciones”, entre muchas, encontramos:
· Nacer: la primera y más dolorosa de las separaciones, según Pangrazzi. Salimos de un ambiente protegido, lejos del ruido, en donde no hay sobresaltos; donde el latido del corazón materno nos permite “leer” la presencia de alguien que acepta y cobija. Perder la seguridad y esa relación que nos unía con nuestra madre, permite al nuevo ser comenzar a forjar su identidad. No solamente el nacimiento es un cambio para el niño de por sí, sino también para el ambiente que los rodea: hay adaptaciones, los lugares tienen que acondicionarse, los afectos sufrirán redistribuciones…
· Lazos de afecto: por diferentes circunstancias, a veces nos separamos de amigos o compañeros de trabajo o de la vida. También, por envidia o celos, donde antes estabamos unidos a personas por amistad, a veces se terminan rompiendo esos lazos y no se relacionan más. Se pasa del afecto, al rencor y el resentimiento; de la confianza a la desconfianza. También el divorcio es una de las pérdidas representativas: donde esa desunión también implica situaciones legales, vinculares con los hijos, etc.
· Salud: por un incidente, un descuido, una caída, stress, entre otras, se pueden generar trastornos. A veces, por alguna enfermedad, podemos tener también una pérdida de un miembro del cuerpo, de un pecho, un riñón, de la vista, etc. Por ejemplo, existen trabajos de investigación que señalan que la pérdida de un miembro por amputación presenta reacciones similares a las que se desarrollan por el duelo de la muerte de un ser querido.
· Muerte: es la pérdida más temida de todas, tanto sea la propia como la de nuestros seres queridos. Esta última se vive de una manera especial, que se llama “duelo”, que iremos compartiendo en próximos artículos.
Así como alguna vez lo describió Sor Juana Inés de la Cruz, refiriéndose como “la noche oscura del alma” a ese estado de profundo dolor y desolación, donde no encontramos soluciones, ni respuestas ni salidas, en la que se está muriendo una parte de nosotros, siempre vamos tener la posibilidad de resurgir fortalecidos. Los seres humanos, como suele decirse, “nacemos con el remedio y el trapito”; en el que a todo problema le viene siempre una solución. Que cada pérdida, trae consigo un sentimiento.
Y esos sentimientos, que nos recuerdan que “todo pasa, y esto también pasará”, que nacen con nosotros, tienen características muy propias; y que se pueden graficar –al igual que la pandemia- con una curva. Vemos que en su parte superior muestra el proceso natural cuando se deja fluir con naturalidad: comienza, llega a su máximo nivel y disminuye por sí mismo. Sin embargo, existen formas para evadir esos sentimientos, entre otras:
· Por la represión: cuando no los dejamos fluir.
· Proyectándolos en otros, con frases del tipo: “vos me haces poner así”, “vos me causas dolor”, etc.
· Por la razón: queriendo justificarlos para no “sentirlos”; con frases como “soy fuerte, llorar es de débil”.
Por eso, sabemos que los sentimientos son universales (porque todos los seres humanos los tenemos), son subjetivos (porque nos resulta difícil comprender del todo cómo vive la pérdida otra persona; y a todos nos afecta de diferente manera), son neutros (ni malos ni buenos) y son ¡transitorios! (porque algún día pasan).
Si esos sentimientos son parte de la vida, si el resto de nuestra existencia los vamos a seguir experimentando, al igual que las pérdidas, entonces vale la pena aprender a relacionarnos con ellos.
Mario Nicolás Romero
Enfermero forense.
Terapeuta en Duelo (Fundación “Duelum”).
Licenciado en Educación Secundaria.
Fuente de referencia:
· Acero Rodríguez, Paulo Daniel. De orugas a mariposas: reanimación psicológica para situaciones de duelo y pérdida. Edición digital.
· Bermejo José Carlos. Estoy en duelo. PPC editorial y Centro de Humanización de la Salud. España, 2005. Edición digital.
· Chávez, Martha Alicia. Todo pasa… y esto también pasará. Cómo superar las pérdidas de la vida. Editorial Grijalbo, 2008. Edición digital.
· Fernández, Victor Manuel. Sanar un amor herido. Seminario de profundización. Editorial San Pablo. Buenos Aires, 1995.
· Pangrazzi, Arnaldo. El duelo. Cómo elaborar positivamente las pérdidas humanas. Editorial San Pablo. Buenos Aires, 1994.