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Juana Azurduy: Tierra en armas que se hace mujer

Por Juan Carlos Mortati, Parte 2

Equipo El Mirador por Equipo El Mirador
3 de septiembre de 2021
en Lectura, Locales, Urgente
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La revolución está oliendo a jazmín por Juan Carlos Mortati

El 25 de mayo de 1809  fue una de las primeras participaciones de Juana Azurduy en los movimientos por la Independencia. Nos narra Pacho O’Donel que “el gobierno virreinal de Chuquisaca es depuesto por una pueblada y en su lugar se nombra a don Juan Antonio Alvarez de Arenales, quien era comandante general y gobernador de Armas de la provincia y que luego desempeñará un papel protagónico en nuestra historia, no sólo como formidable caudillo de la guerra de recursos en las campañas altoperuanas sino también como mano derecha de San Martín en el cruce de los Andes y la toma posterior de Lima.”

Desde Potosí, Francisco de Paula Sanz, su gobernador, organiza las tropas para oponerse a los revoltosos de Chuquisaca. Juana  y Padilla, su esposo, forman parte de la resistencia impidiendo que desde la localidad de Chayanta se asista con víveres y forrajes a las huestes potosinas.

Lamentablemente, estos pioneros levantamientos libertarios fueron sofocados por las huestes realistas al mando del arequipeño José Manuel Goyeneche, general de los Ejércitos de  España en las estribaciones alto-peruanas, quien “bañó en sangre dicha sedición pasando por las armas a sus principales cabecillas”.

La situación se trastoca y   “también Chuquisaca, acosada por la reacción realista, debió bajar su testuz, y desde Buenos Aires llegó don Vicente Nieto para hacerse cargo de la Real Audiencia y don José Córdoba para ocupar la jefatura militar. Afortunadamente su actitud no fue tan cruel como la de sus homólogos de La Paz, quizá cohibidos por la calidad intelectual de los estudiantes y doctores rebelados, cuyas vidas se perdonó a cambio de enviarlos apresados a cárceles de Lima y Cuzco, donde no pocos fueron vendidos como esclavos.”

 

LA SITUACION NORTEÑA SE COMPLICA

Los tiempos de la persecución siguen duros y el matrimonio Padilla-Azurduy y sus cuatro hijos deben huir buscando un refugio seguro. Su buena relación con los aborígenes les facilita ocultarse fuera de las poblaciones.  Casi un año después, “el almacenado rencor de los realistas contra los esposos Padilla estalla cuando el 14 de septiembre de 1810 Cochabamba se levanta contra el opresor hispá­nico y proclama su adhesión a la junta Revolucionaria de Buenos Aires, y Manuel Ascencio (Padilla) corre a ponerse a las órdenes de Esteban Arce, el caudillo rebelde.”

Lamentablemente, el intento libertario no prospera. Las fuerzas españolas recuperan la zona y nuevamente Juana y su familia deben escapar del acoso realista. Eso no impide para que cuando llega el primer ejército patrio que se interna en el altiplano al mando de Juan José Castelli  y Antonio González Balcarce, reciban su apoyo y “todo su sostén”, para enfrentar “el foco de resistencia  al servicio del rey de España”, incorporándoles las fuerzas locales.

Otro revés de la campaña patriótica complica la situación norteña. “El ejército de Castelli es vencido en Huaqui y emprende luego una desesperada fuga con las fuerzas realistas pisándole los talones. Al desastre patriota sigue, inevitablemente, otra vez, la revancha. Esta vez aún más cruel. Las propiedades de los Padilla son confiscadas, como así tam­bién todos sus animales y el grano cosechado. Doña Juana, que nada sabe aún de su esposo, se refugia en un primer momento en la ciudad, pero prontamente es delatada, apresada y confinada con sus hijos en una hacienda de extramuros, permanentemente vigilada por los godos, quienes así confían en apresar a (su esposo) Manuel Ascencio, conocedores de su amor por esposa e hijos.”

“A pesar de la trampa bien montada, arriesgando su vida y cobrándose las de dos o tres carceleros, Padilla logra burlar el acecho y una noche consigue rescatar­los en tres caballos. En uno de ellos monta doña Jua­na con Juliana, en otro Manuel y Mariano que enton­ces tenían cinco y cuatro años, y en el restante Manuel llevará en brazos a la pequeña Mercedes”,  continua narrando Pacho O’donnel.

 

 

BUSCANDO REFUGIO

Nuevamente a buscar un lugar seguro. “El refugio donde quedaron doña Juana y sus hijos estaba en las alturas de Tarabuco, inaccesible para quienes no fueran baqueanos de la zona, y les había sido indicado a los Padilla por los indios, que a veces trepaban su ladera para ofrendar ceremonias religiosas.” Casi un año pasa Juana y sus hijos en ese escondrijo, ayudados por los indios del lugar. Al regreso de de su esposo de las escaramuzas y enfrentamientos con los godos, el General Belgrano ha llegado a la zona luego de los triunfos de Tucumán y Salta.

“Los esposos Padilla se presentaron ante el general Belgrano y de inmediato y hasta el final de sus días se estableció entre ellos una vigorosa corriente de simpatía y de comprensión. Belgrano supo apreciar que tenía ante sí dos colaboradores de gran valía y así lo reflejó en los informes que enviaba a Buenos Aires.”

O’Donnell narra con entusiasmo los aprontes de la heroína norteña,“doña Juana, enfervorizada, recorre las tierras de Tarabuco (Sucre, Bolivia) convocando voluntarios para unirse a la lucha por la independencia y por la libertad. Su presencia en los ayllus (pequeñas comunidades) era tan imponente, encabritada sobre su potro entero y apenas domado, haciendo entrechocar su sable contra la montura de plata potosina, enfundada en una chaquetilla militar que lucía con un garbo varonil que la embellecía como mujer, tan absolutamente convencida de aquello que también convencía a Manuel Ascencio, que llegó a reunir a 10.000 soldados.”  Era la tierra en armas que se hace mujer.

(Material compilado de “La teniente coronela”, de Mario”Pacho”  O’Donell.

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