No puedo imaginar mi vida sin libros. Desde que puedo recordar, siempre hay uno en mi mesa de luz, mi portafolios, mi cama, mi escritorio o mi cartera. Como si fueran gotas de agua o de sangre se entretejen en mis días. Soy por ellos y ellos vuelven a ser por mí.
Miro la biblioteca. Los libros trepan por los estantes e, indómitos, se escapan de ellos manchando todo el espacio.
Muy arriba, aquellos que necesitaron otros ojos y otra voz para llegar a mí. La paciencia de Dolores leía una y mil veces “Charito, la chatilla; una aventura en Sevilla”, “Las dos princesas” y todos los cuentos de Toray que se amontonaban, despreocupados, en las mesas de mi abuela.
En el tercer estante está, amarilla, mi infancia. “Violeta”, “Ocho primos”, “Papaíto piernas largas”, cada uno de los de la Colección Robin Hood tiene soles de los primeros años de lectora independiente. Las horas de la siesta, las noches largas, las mañanas en vacaciones. No sé qué habrá pasado en esos tiempos porque yo estaba muy lejos, aprendiendo sobre otros sitios, y sobre la posibilidad de las tristezas, y del amor, que no siempre llega de la mano del que esperamos…
Un poquito más abajo están Nancy Drew y los Hermanos Hardy con los que me fui siguiendo una gaita escocesa y algunos misteriosos fantasmas que encarnaban en ladrones y despechados luego de unas páginas de zozobra. Mi tia Juanita, que viajaba todos los marzos a Buenos Aires, salía munida de la lista de los que faltaban y volvía, indefectiblemente, con dos que corrían a mis manos, a mis ojos y a mi inquieta y codiciosa cabeza.
En la biblioteca de atrás, alto, muy alto, están los “Estrella de Saber” qué admirara primero detrás de los vidrios y comprara después, en la vieja Librería El Fénix. –“Teresita, ¿cuándo llega el del cuerpo humano? ¿Y Cómo creció nuestro alfabeto?”.
Como una armadura, frente a mí, las obras de teatro, y detrás, la poesía. Desde “El gigante Amapolas” a “A Electra le sienta bien el luto” pasando por los sainetes y las obras de teatro abierto… ¡me alimentaba de personajes y escenografías por esos días! Calori y el grupo los fines de semana, y los cientos de obras leídas el resto de los días dibujaron una adolescencia de escenario. Y sueños. Sueños de amores imposibles, de amores perdidos, de amores luminosos, de amores de pareja y de pueblo. Neruda, García Lorca, Miguel Hernández, PriluztkyFarny, Bernárdez… ellos no pasaron nunca. Los encontré y ahí están, siempre volviendo. Una estrofa, un único verso, algún poema completo. Ahí están. Porque ellos dicen como nadie lo que germina en el alma, y, sin dudas, no podría vivir sin esos decires. Aunque me den terror, como los de Baudelaire.
Me fui volviendo ecléctica y caótica para leer. Sabedora de que no alcanzará el tiempo para abrir todas las tapas y bucear en todas las páginas, suelo leer en paralelo: dos, tres, cuatro libros a la vez. ¿Se puede? ¿Se disfruta? No sé. Sólo que hoy mis ojos no pueden tanto, y hay muchas distracciones y urgencias que liman el tiempo de lectura. Entonces, como en un pachwork multicolor, leo el Montalbano de Camillieri, las mujeres de Allende, Mastretta y Serrano, los mundos increíbles de García Márquez, los suspiros de Galeano, la maravilla hecha texto de Berger y siempre, siempre, algún bocadito de Cortázar, que sabe a miel y disparate.
Me puedo leer desde mis lecturas. Es más, yo no sé si he vivido o he leído.